Hay veces que un destino te conduce a otros; ocurre con frecuencia. El propio viaje en sí, con un objetivo determinado, puede llevar implícitos otros muchos lugares con los que no se contaba. Por muy metódico que uno sea, cual no es el caso para el que esto escribe, el viaje es en sí una aventura y, como tal, siempre puede deparar agradables sorpresas -qué comentar sobre ello que no esté dicho, la aventura es el gran deleite del viaje-, aunque, como advirtieron a
Azorín mientras buscaba al hidalgo por
La Mancha,
"en todo viaje hay una legua de mal camino", por suerte, no fue nuestro caso. Con este preámbulo parece que los argantonios hubieran puesto rumbo en busca de saberes ocultos al mismísimo delta del
Ganges, pero no, nos conformamos, y bien conformados, con una visita a la comarca de la
Sierra de Ayllón de la parte de
Guadalajara, en concreto en el noroeste de dicha provincia, una de nuestras predilectas, con mucho que descubrir y de la que ya hemos dado alguna pincelada por aquí. Una suerte tenerla tan cercana. Andar por buena parte de las provincias, por ejemplo, de
Guadalajara y
Soria, entre otra tantas, es andar, como bien titulamos por aquí, por tierras fronterizas de siglos pasados donde el recuerdo de aquellos tiempos del medievo, y aún mucho más remotos, quedan manifiestos en casi todos sus rincones, tanto en localidades como en recónditos parajes.
Nuestro destino más específico, dentro de esta comarca, fue el
Parque Natural de Tejera Negra, pero si se viaja con un gps y se elige la opción de seguir el camino más corto, aparte de perderte por alguna pista no asfaltada, puedes descubrir rincones de singular belleza con los que no contabas en un principio. Ésa fue nuestra gran suerte. Hubo momentos en los que el camino nos absorbió de tal manera que, más bien, comprendimos que el destino comenzó a lograrse desde el momento en que el hormigón quedó atrás, aunque aún faltaran bastantes kilómetros para llegar a
Tejera Negra. El camino de inicio era bien conocido, había que tomar la N-I y desviarse en
Torrelaguna para pasar junto a
Patones y desde ahí antes de llegar a
El Atazar, internarse en la provincia de
Guadalajara, precisamente una ruta ya descrita no hace mucho en nuestra visita a la
cueva del Reguerillo. Pero justo fuera del área metropolitana madrileña, decidimos continuar por un camino alternativo, paralelo a la carretera nacional, que nos llevaría hasta las cercanías de
Torrelaguna y disfrutar así de vistas distintas, donde, a pesar de numerosas urbanizaciones, de las que llaman residenciales, por la proximidad de la gran urbe, ya se veían las siluetas de las sierras y pequeños, aunque sugerentes, sotos a lo largo del valle del
río Jarama, uno de los grandes protagonistas en nuestra escapada de aquel día.
Nada más poner pie -o rueda- en la provincia de
Guadalajara, todo lo que fuimos contemplando, tanto campos como pueblos, eran nuevos para nosotros. Tras cruzar por
Valdepeñas de la Sierra, tomamos una pista de tierra junto al campo santo de la localidad que cruzaba por el valle de un arroyo de bonitos paisajes y salimos a una carretera que nos llevó hasta el pueblo de
Tortuero. Por todos estos campos te podías encontrar con muchos cazadores, la temporada, por lo visto, había comenzado y, en un bar del pueblo, ahí había un grupito congregado.
Tortuero
Es bien conocida por muchos la
Reserva Nacional de Caza de Sonsaz, que abarca un territorio bastante extenso, dentro del cual se encuentra
Tejera Negra. No simpatizo demasiado con esta afición, y aunque sé, que como especie, somos un animal cazador, no entiendo que tan cerca de los propios límites del
Parque Natural también se cace, aunque sea en fechas concretas. La
Reserva de Caza , como he dicho, es muy amplia, y
Tejera Negra sólo ocupa una parte de la misma, pero pudimos ver cazadores muy cercanos al entorno protegido, lo cual no lo veo muy adecuado. También sé que, aunque con nuestra producción ganadera e industrial de animales se cubre toda la demanda de carne de consumo -pese a que, desgraciadamente, no todos los humanos tienen cubiertas esas necesidades básicas por abusos sufridos por otros "humanos"-, solemos ser bastante sibaritas y así tenemos a nuestra disposición incluso carnicerías especializadas en la carne de caza, pero aún y con todo ello, no gusto de la caza entendida como deporte y no como necesidad, aunque luego -faltaría más- las piezas sean totalmente aprovechadas para el consumo humano. Si es verdad, como parece, que nuestro propio instinto nos lleva a gustar de esa actividad, creo que se deberían emplear los mismos medios utilizados cuando el hombre era un cazador nato por necesidad y sustituir la pólvora y modernos rifles de matar por flechas y lanzas, como nuestros propios antepasados, sería mucho más honesto. Pero bueno, tampoco quiero provocar carcajadas con mis hipótesis, ni meterme en cuestiones seguramente polémicas, que no es mi intención en este espacio, sólo que con todo esto, siempre me acuerdo de una frase que oí o leí no sé donde, en la que una persona justificaba su amor al campo alegando que gustaba de salir a cazar, como si el amor al campo se redujera únicamente a dicha actividad, claro que, en este caso concreto que cuento.
Volviendo a nuestro paso por
Tortuero, el gps nos indicaba un camino que atajaba por los campos en dirección a
Valdesotos, pero éste resultaba imposible para el automóvil. Dimos marcha atrás y al pasar por el pueblo pedimos consejo a un abuelo que con su pequeño nieto paseaba por una callejuela. El hombre muy amablemente, nos indicó el camino más fácil y rápido para llegar en coche a
Tejera Negra, aunque luego no le hiciéramos caso, pues seguimos tirando de gps por caminos y carreteras muy secundarias. Nos contó que había trabajado de cartero muchos años por aquellos pueblos y que incluso había sido, ya de más mayor, alcalde de
Tortuero. También le dio tiempo a contarnos lo complicado que se ponía la zona con las grandes nevadas de antes para poder desempeñar su trabajo de cartero. La verdad que llama la atención la gente de pequeños pueblos y núcleos rurales como éstos, tienen un derroche de amabilidad y hospitalidad admirables, da gusto conversar con ellos. La gente urbana no llegamos, en la mayoría de los casos, a esas cotas de humanidad, y eso que siempre se ha dicho, no digo que sin razón en algún supuesto, que suelen pecar de desconfianza frente al foráneo, lo cual tiene su lógica ante actitudes mostradas por ciertos urbanitas.
Nos despedimos del señor y del sonriente nieto de apenas tres o cuatro años y desandamos parte de lo recorrido hasta que descubrimos una carreterilla que nos bajó ante nuestro conocido
Jarama, con el que ya habíamos departido anteriormente, en una especie de puertecito con vistas de ensueño entre bosques, principalmente de pinos, con el
Ocejón y todos los
montes carpetovetónicos de fondo –siempre me encantó el nombre puesto a esta montaña con su recuerdo a dos importantes etnias prerromanas del centro peninsular.
Bajada por un puerto camino de Puebla de Valles, con el Ocejón al fondoAntes del descenso, en lo alto del valle, hicimos parada para contemplar todo lo que nos rodeaba y nos llamaron sobremanera la atención los cerros que había al otro lado del cauce del río, eran tan arcillosos, que pareciera que la tierra estuviera sangrando. Son los cerros que tanto caracterizan a
Puebla de Valles, pueblo que descubrimos tras los mismos, después de haber pasado por una pequeña llanura que sucedía a la otra orilla del Jarama.
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Montes arcillosos cerca de Puebla de Valles | Puebla de Valles |
En
Puebla de Valles paramos a retomar fuerzas para luego continuar camino de
Tamajón, la que fuera villa medieval de la comarca. Aquí tenemos que lamentar un gran descuido, y no por desconocimiento, a través de un programa radiofónico, conocía de la existencia de las ruinas del
Monasterio de Bonaval, el lugar, por lo oído y lo visto en fotografías, desprende romanticismo a raudales, un monasterio cisterciense ruinoso en mitad de un valle boscoso en medio de la nada y de todo, ya se sabe que los de la
Orden del Císter, al igual que los del
Temple, no elegían ningún sitio al azar, éstos respondían a muy especiales razones, según se dice, y sólo hay que comprobarlo in situ para darse cuenta. Camino de
Tajamón, a la izquierda hay un desvío al pueblo de
Retiendas y de ahí sale una pista que conduce a
Valdesotos donde a, no más de dos kilómetros de
Retiendas, se encuentra este retiro espiritual del medievo. Por supuesto, nos queda pendiente para una nueva visita a la zona. Ahí os ponemos unas palabras, pronunciadas en el programa
Reserva Natural, de
José María Pérez González, más conocido como
Peridis –que por cierto tiene un instituto en
Leganés, nuestro municipio, con su nombre-, uno de los mayores entendidos en todo lo relativo al románico medieval, -"
cuando los europeos eramos indígenas" como bien dice-, con las que podrá entenderse mejor este monasterio y tantos otros diseminados por esos valles perdidos de la
Península Ibérica:
"…el monasterio tiene una función fundamental en el medievo, es la punta de lanza de la repoblación. Los monjes, benedictinos primero, del císter y las órdenes colindantes después, eran repobladores que mandaban los reyes a ámbitos no cultivados. Los monjes buscaban algo que ellos configuran luego como el paisaje monástico. Tú llegas a un ámbito y dices: ‘aquí hay un monasterio’ y ¿por qué hay un monasterio?, porque suele ser un valle ameno, cerrado al norte y a los vientos dominantes, abierto al Este –o abierto al Levante- y con un riachuelo no muy abundoso en las proximidades, donde hay sotos."Monasterio de Bonaval:
Cerca, en el
embalse del Vado, donde el pueblo del que tomó nombre dicho pantano quedó sepultado bajo sus aguas, aún se pueden contemplar algunas ruinas donde destaca el templo románico que fue iglesia de la población y en la que tuvo altar una imagen muy venerada en la
Edad Media por aquellos pagos, la de
Santa María del Vado. El propio
Arcipestre de Hita, como bien nos indica con sus versos, hizo parada para reverenciar a la propia divinidad.
Continuando con el recorrido, nos detuvimos en lo que fue, como se ha apuntado, una auténtica villa medieval a la que
Alfonso X El Sabio concedió derecho a mercado todos los martes, incluso ejercían el derecho a cobrar portazgo. Este lugar es
Tamajón. En este pueblo llama la atención sobre todo la portada de su iglesia construida en el
siglo XVI sobre un templo románico. La iglesia, como si de una ermita se tratase, se halla fuera de su núcleo urbano, lo cual no deja de ser curioso cuando casi siempre se sitúan en su centro. Había tanta gente aquel día en su entrada que, por esto y por ignorancia, no hicimos ninguna foto de su bonita portada y sí de la parte trasera donde no se aprecia esa interesante fusión entre estilos artísticos de épocas bastantes distantes, así que os ponemos un par de ellas ajenas tomadas de la red.
Iglesia de TamajónSalimos de
Tamajón camino de
Majaelrayo para internarnos en el corazón de
Tejera Negra, pero antes, nos perdimos por
Almiruete, una de las pedanías de
Tamajón, que por lo visto celebra unos curiosos carnavales. Tuvimos que retroceder para tomar correctamente rumbo a
Majaelrayo y de repente, como con tantos otros lugares en el camino, descubrimos un paraje muy atrayente. Este sitio es conocido como la
Ciudad Encantada de Tamajón, pues recuerda a la famosa, y declarada
Patrimonio de la Humanidad por la
Unesco,
Ciudad Encantada de
Cuenca. Ya os podéis imaginar, por tanto, para los que no conocéis el lugar, las singulares formaciones de roca caliza en un paraje natural de gran vistosidad que combina todos los elementos de culto pagano que puedan concurrir, como rocas de formaciones atrayentes, bosques, un arroyo y un promontorio cristianizado con la ermita de la
Virgen de los Enebrales. No sabemos nada sobre su pasado, pero no me extrañaría nada que fuera uno más de esos lugares sagrados durante milenios, que tanto abundan por lo que fue la antigua
Iberia. El lugar, siendo festivo, estaba bastante concurrido, pues existe un merendero allí.
Ciudad Encantada de TamajónTras nuestro paso por la particular ciudad encantada de
Tamajón, continuamos nuestro recorrido ya de lleno en lo que se conoce como la
Ruta de la Arquitectura Negra –aunque se puede situar el inicio algo más al Sur, en
Cogolludo-, un conjunto de pueblos que usan la pizarra como material principal de construcción –al igual, que el no tan lejano
Patones, del que ya dimos cuenta por estos lares-, de este entorno serrano enmarcado entre los estrechos valles del
Bornoba, del
Sorbe y, por supuesto, del
Jarama y que están propuestos ante la
Unesco a la espera de que los declare o no patrimonio de la humanidad. La simbiosis entre los paisajes serranos y la arquitectura de pizarra negra de las aldeas y pueblos es perfecta. Antes de llegar a
Majaelrayo, de donde surge una pista que recorre el
Parque Natural durante bastantes kilómetros totalmente despoblados, y que lleva hasta
Cantalojas, la otra entrada a
Tejera Negra y en cuyo término municipal se encuentra la joya del mismo,
El hayedo, pasamos por
Campillejo,
El Espinar y por
Campillo de Ranas, municipio al que pertenece la pedanía de
Matallana, poblamiento que quedó abandonado en la década de los setenta , pero que gracias a unas personas amantes, según cuentan, de la cultura
hippy –aunque más bien diría, amantes de un modo de vida bastante más natural y distinto al habitual en los tiempos que corren- volvió a ser habitado en los ochenta. Estos nuevos matallanos –si es que éste es su gentilicio, que no lo sé, pero podría ser- salieron en la famosa y fabulosa serie de
José Antonio Labordeta,
Un país en la mochila, en cuyo episodio dedicado a la
Sierra Norte madrileña allá por el 1993, se filmaron algunos pueblos cercanos de la provincia de
Guadalajara, entre los que se encontraba
Matallana.
Labordeta habla ante la cámara con uno de ellos en una interesante conversación. En
Campillo de Ranas, por lo visto, sus habitantes recelan algo de ellos, pero hay que decir que gracias a estos aventureros un pueblo abandonado, como era éste, ha vuelto a recobrar vida, lo cual es una gran noticia. Para terminar con
Matallana, nosotros no llegamos a este lugar al que sólo se accede a través de una pista, aunque, en todo su entorno y sobre todo en dirección al poniente, donde se elevan las sierras que hacen frontera natural entre las provincias de
Guadalajara y
Madrid, hasta los 1865 metros de
La Tornera y los 1809 de la
Centenera, las rutas de senderismo son muy atractivas, por lo que quedan pendientes, con toda seguridad, para otra ocasión. Ahí os recomendamos la
Ruta del Algibe, descrita en
Garcaba:
Ruta del Algibe Tras esta mención a
Matallana, tenemos que hablar de
Majaelrayo, pueblo quizás más conocido dentro de la
Arquitectura Negra por su mayor infraestructura turística y su proximidad a
Tejera Negra. El lugar donde está ubicado, con el
Ocejón poblado de piornos y sus 2049 metros de altitud dominando el panorama, es muy atrayente. Una extensa altiplanicie entre los montes carpetovetónicos con un horizonte impresionante mires hacía donde mires. Lo que es el pueblo en sí, como ya dijimos de
Patones, ha debido perder bastante de su esencia con tanto negocio turístico que ha cambiado la fisonomía de la localidad, pues si bien se ha seguido utilizando la pizarra para reconstruir, la mayoría de estas casas han quedado bajo la típica apariencia de alojamiento rural, dentro de la propia particularidad de arquitectura de la zona. Ya se sabe que todo tiene su cara y su cruz, como se suele decir.
Pero no hay duda alguna en cuanto a su entorno, parece una auténtica planicie propia de los dioses, con bonitas sierras y extensos bosques bordeándola. Y hacía una de esas sierras nos encaminamos rumbo al norte en busca de
Tejera Negra, donde nos pilló el crepúsculo y pese a que ése era nuestro objetivo, como bien dice la canción, "
por el camino yo me entretengo", y fue tanto lo que nos entretuvimos, que no nos dio tiempo a aproximarnos al famoso
hayedo de Tejera Negra, uno de los bosques de hayas más meridionales del continente. El otro, según dicen el más meridional, y muy próximo a éste, es el de
Montejo de la Sierra, en la provincia de Madrid. Aún así, cruzamos el
Parque Natural por la pista, de no muy complicado tránsito para el automóvil, que une
Majaelrayo con
Cantalojas en un recorrido de unos veinte kilómetros de naturaleza más o menos salvaje, con bastantes pinares de repoblación –ya se sabe que Icona hizo algún que otro estropicio, denunciado por lugareños y ecologistas, por estos entornos décadas atrás- y donde abundan también los rebollos, los tejos –que son los que dan nombre al Parque-, los abedules y donde ya hemos citado el fabuloso corazón del
Parque, su hayedo.
Este hayedo, y gran parte de zonas boscosas que lo rodean, se puede decir que se conservan prácticamente en el mismo estado que se encontrarían en la propia
Edad Media. Una pena que no pudieramos adentrarnos en el mismo, aunque, al igual que en el de
Montejo, hay que solicitar un permiso especial para visitarlo. Según dicen, el frondoso manto de hojas de la haya apenas deja el paso de la fuerte luz primaveral o veraniega, que debe producir una sensación fabulosa en esas calurosas estaciones. Además, también cuentan que el águila real posa inmensos nidos sobre las hayas y el azor realiza espectaculares planeos en primavera –durante el resto del año sólo vuela a base de constantes aleteos. Corzos, jabalíes y gatos monteses se ocultan en lo más profundo del bosque, aunque tampoco es difícil cruzarse con algún ciervo por las carreteras de la zona. Recuerdo una noche volviendo de
Montejo, quisimos ir por carreteras comarcales como alternativa al camino más rápido de vuelta y nos perdimos apareciendo en un pueblo llamado
Bocigano, ya de la provincia de
Guadalajara y de esta misma comarca de la
Sierra de Ayllón, donde camino del mismo nos topamos con algún ciervo en parajes que llaman igualmente, a pesar de la nocturnidad de aquel momento, la atención por su gran soledad. El pueblo parecía desierto, salvo una casa con luz junto al ayuntamiento, donde un señor extrañado ante la llegada de un coche a esas horas un domingo, –o no, pues igual ya estaría acostumbrado a algún que otro dominguero, como nosotros, que por allí perdido fuera a parar- salió para indicarnos amablemente que teníamos que volver carretera atrás por donde habíamos llegado al pueblo, pues éste no tenía otra salida. Ahí fue cuando descubrí, hace unos años ya, que había mucho que explorar por aquellos contornos, aparte de un documental que vi en una ocasión sobre
Tejera Negra en Tve, no recuerdo en que programa fue emitido.
En nuestro recorrido desde
Majaelrayo hasta
Cantalojas atravesando el
Parque, cruzamos los ríos
Sonsaz, de donde toma el nombre la reserva nacional de caza, y
Lillas, ya cercano a
Cantalojas, donde había un merendero para visitantes. Ahí justo nos pilló el ocaso y llegamos ya de noche a
Cantalojas donde los cazadores repartían sus piezas, entre ellas un jabalí de tamaño descomunal. La vuelta la emprendimos por la otra vertiente de la
Sierra de Ayllón, la atlántica –la
sierra de Ayllón separa la vertiente atlántica de la mediterránea-, pasando junto a
Riaza, sin llegar a la que tuvo que ser importante villa medieval y de la que esta sierra toma nombre, para acceder después, al otro lado del
puerto de Somosierra –visto por un madrileño- a la Nacional I y emprender así el camino de vuelta. Antes, pensando que el regreso lo haríamos dirección
Sur desde
Cantalojas, descubrimos una localidad con la silueta de un castillo, que pese a la oscuridad –o quizás por motivo de ella- nos atrajo considerablemente por ese toque bécqueriano tan acusado que, de tantos castillos y fortalezas que por la tierras de
Castilla andan dispersos, se desprende. El castillo en cuestión era el de la no menos llamativa villa de
Galve de Sorbe, una más de esas que, por la zona junto a
Ayllón,
Sepúlveda o
Atienza, guardan aún su espíritu guerrero de hace siglos.
Castillo de Galve de SorbeY hasta aquí, esta nuestra humilde aventura argantoniana, espero que disfrutéis de estos parajes tanto –o más, sobre todo en cuanto a tiempo- como nosotros lo hicimos. Nos vemos.
Ahí os ponemos un video para que, los que aún no nos hemos adentrado en el hayedo de
Tejera Negra, nos podamos hacer una pequeña idea de la maravilla que debe ser aquello.
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