martes, marzo 31, 2009

Arqueología, parajes y rincones por tierras seguntinas (I Parte)

Hoy haremos nuestra particular descripción sobre unas tierras muy conocidas por estos lares que bien pudieran ser motivo para que alguien propusiera que este blog no llevara por leyenda “un paseo por la Península Ibérica”, sino más bien, un paseo alcarreño o, con mayor exactitud, “un paseo por tierras de Guadalajara”. La proximidad a nuestro lugar de residencia y la gran atracción que nos producen muchos lugares de dicha provincia, hacen que hasta ahora sean las tierras protagonistas en este humilde y aún joven sitio web. Aunque, si los dioses nos conceden el honor de permanecer más tiempo por estos mundos antes de reclamar nuestra presencia en los avernos, intentaremos llegar –más poco a poco que mucho a mucho, y no por falta de ganas- a los más recónditos rincones de la geografía ibérica.




Vistas del barranco del río Dulce desde el mirador de Félix Rodríguez de la Fuente



El estío, estación en la que muchos de los mortales recobramos la libertad por unos días, es una buena oportunidad para recorrer los caminos de la antigua Iberia.
Las tierras de Sigüenza reclaman de nuevo nuestra atención. Quedaron pendientes ciertos emplazamientos no localizados en nuestras anteriores visitas. Estas comarcas o antiguos señoríos, tan despoblados, guardan numerosas joyas en forma de antiguos poblamientos diseminados por sus altozanos, de templos románicos, de rutas ancestrales, de parajes evocadores de otros tiempos, …en concreto, nuestra búsqueda, en sendos viajes, se centró tanto en el poblamiento celtibérico de Los Castillejos de Pelegrina, en abril, como en el de Castilviejo de Guijosa, en mayo del pasado año, ambos, como todas estas tierras, junto a pedanías dependientes de Sigüenza y ambos arévacos, al igual que el universalmente conocido de Numancia en tierras sorianas.

Pero antes de citar cualquier impresión de profano en la materia, y ciertamente de documentar algún que otro dato sobre los mismos, empezaremos por describir como buenamente podamos lo que fuimos viendo, aunque gran parte de lo descrito, seguramente ya lo fue en anteriores ocasiones en este sitio. De todas formas, creo que nunca está de más refrescar la memoria, o más bien persistir en el intento de llegar a la esencia de algo, objetivo utópico que siempre se ha de perseguir. Los argantonios quizás pequemos de reiteración, pero es una manera de interiorizar los lugares de una manera más profunda, no sabemos si más o menos adecuadamente -depende del valor de nuestras impresiones-, pero sí con pura devoción.

Traigamos a este lugar las palabras de Ortega y Gasset de sus “Tierras de Castilla, notas de andar y ver”. Él sí que encontró la esencia de estos parajes:

Al volver atrás la mirada por ver el trecho que llevamos andado, Sigüenza, la viejísima ciudad episcopal, aparece rampando por una ancha ladera, a poca distancia del talud que cierra por el lado frontero el valle. En lo más alto el castillo lleno de heridas, con sus paredones blancos y unas torrecillas cuadradas, cubiertas con un airoso casquete. En el centro del caserío se incorpora la catedral, del siglo XII.
Las catedrales románicas fueron construidas en España al compás que hacían las espadas cayendo sobre los cuerpos de los moros. Sigüenza fue bastante tiempo lugar fronterizo, avanzada en tierra de musulmanes. Por eso, como en Ávila, tuvo la catedral que ser a la vez castillo; sus dos torres cuadradas, anchas, recias, brunas, avanzan hacia el firmamento, pero sin huir de la tierra, como acontece con las góticas. No se sabe qué preocupaba más a sus constructores: si ganar el cielo o no perder la tierra.

Poco más adelante, nos describe uno de los símbolos seguntinos y del arte universal más singulares, la escultura del Doncel de Sigüenza:

...recuerdo que dentro de la iglesia, en un rincón de la nave occidental*, hay una capilla y en ella una estatua de las más bellas de España. Me refiero al enterramiento de don Martín Vázquez de Arce.
Es un guerrero joven, lampiño, tendido a la larga sobre uno de sus costados. El busto se incorpora un poco apoyando un codo en un haz de leña; en las manos tiene un libro abierto; a los pies un can y un paje; en los labios una sonrisa volátil. Cierto cartelón fijado encima de la figura hace breve historia del personaje. Era un caballero santiaguista que mataron los moros cuando socorría a unos hombres de Jaén, con el ilustre duque del Infantado, su señor, a orillas de la acequia gorda, en la vega de Granada.
Nadie sabe quién es el autor de la escultura. Por un destino muy significativo, en España casi todo lo grande es anónimo. De todas suertes, el escultor ha esculpido aquí una de esas antítesis. Este mozo es guerrero de oficio: lleva cota de malla y piezas de arnés cubren su pecho y sus piernas. No obstante, el cuerpo revela un temperamento débil, nervioso. Las mejillas descarnadas y las pupilas intensamente recogidas declaran sus hábitos intelectuales. Este hombre parece más de pluma que de espada. Y, sin embargo, combatió en Loja, en Mora, en Montefrío bravamente. La historia nos garantiza su coraje varonil. La escultura ha conservado su sonrisa dialéctica. ¿Será posible? ¿Ha habido alguien que haya unido el coraje a la dialéctica?

(* Salvo que esta hubiera cambiado su posición con respecto a la visita de Ortega y Gasset, hay un error de posición, la nave a la que se refiere no es occidental sino meridional respecto al templo)

Para buscar el emplazamiento de Los Castillejos de Pelegrina, nos dirigimos, en primer lugar, a la pedanía seguntina de Pelegrina, visitada por nosotros varias veces. Hicimos una previa parada en el mirador dedicado a Félix Rodríguez de la Fuente -por estos barrancos rodó sus famosos episodios del lobo ibérico- y desde ahí emprendimos la búsqueda de este poblamiento celtibérico.




Nuestros primeros intentos fueron fallidos, y si bien descubrimos algunos restos, nuestra intuición nos decía no estar ante Los Castillejos de Pelegrina, sino más bien ante ruinas de unos pocos siglos a lo sumo, y más refugios de pastores que otra cosa. En ésas, echamos la mañana en la búsqueda, cuando el olor imaginario de los torreznos -tan típicos por estas tierras- nos llevó hasta el único bar que puedes encontrar en Pelegrina que, todo hay que decirlo, al menos se luce muy bien, pues además de bar es restaurante, con el comedor en una sala acristalada con bonitas vistas al barranco del río Dulce, que en Pelegrina adquiere sus formas más de ensueño. Este lugar es de aquellos en los que la naturaleza se convierte, como casi siempre, en un sublime artista, al que, en buen momento, tratamos de imitar. Así que, si ella pule en la roca unas grandes fortalezas, los humanos colocan la suya en otra roca. Así te encuentras con lo que queda del castillo de Pelegrina, confundiéndose entre otros muchos esculpidos con agua y viento durante el transcurrir de las sucesivas eras geológicas. Algo así como cuando se contempla a los lejos el monasterio de El Escorial, quedando éste como un pequeño apéndice de esas grandes majestuosidades de roca de la Sierra de Guadarrama. Los dueños del bar, viendo nuestro interés por el asunto, nos mostraron un cartel realizado por un arquitecto para una hipotética reconstrucción del castillo. La recreación es más reivindicativa que otra cosa, porque no tiene pinta de que ninguna administración haga nada por intentar salvar un castillo que, como otros tantos, parece ser que tiene como cercano destino un total derrumbe por desidia.


Plano de reconstrucción del castillo de Pelegrina



Éste fue construido allá por el S. XII, como residencia estival para los obispos de Sigüenza, donde anteriormente existía una torre vigía musulmana. No tenían mal ojo para elegir los lugares de retiro. Ahí os ponemos la web oficial dedicada a este castillo ubicado en esta población que fue donada al obispado seguntino por Alfonso VII en premio a los servicios bélicos prestados por el francés Bernardo de Agén, primer obispo de Sigüenza, trás ser ganada la ciudad por los cristianos a los musulmanes:

http://www.castillodepelegrina.es




Castillo de Pelegrina



La pedanía abajo hacia el este, el barranco al sur y el valle del río Dulce que sale de su telúrico secuestro y se ensancha en una muy verde vega hacia el poniente, camino de La Cabrera y Aragosa, las otras dos poblaciones encuadradas dentro del Parque Natural del Barranco del Río Dulce. Nosotros, tras la contemplación, emprendimos rumbo al barranco, esta vez desde sus entrañas, dejando a la izquierda un espolón sobre el que hay restos de antiguos poblamientos, aún no muy estudiado según tengo entendido, pero que pudimos contemplar en una anterior visita, donde había tumbas antropomorfas labradas en la roca y donde me llevé un buen picotazo de abeja. Es bien conocida la merecida fama de la miel de la Alcarria, algún precio habrá que pagar por nuestra osadía de cruzar tan cerca de sus moradas expoliadas sitemáticamente para nuestro propio deleite.

Promontorio frente a Pelegrina, con restos también de época celtibérica

Llegados a este punto, tenemos que hablar de una interesante reliquia arqueológica de época romana, la Minerva de Pelegrina, donde sobre su hipotética localización de origen se mezcla el misterio, la intriga y hasta el crimen, como si de una novela de esas que tan de moda están se tratase. Según lo que en este texto se recoge, ésta se habría encontrado en los restos de una antigua cantera muy cerca de Pelegrina y no seguramente en Los Castillejos como se vino especulando. Merece la pena leer todas las hipótesis sobre el hallazgo de la pieza que actualmente reposa en el arqueológico nacional.

Minerva de Pelegrina

http://www.histgueb.net/hallazgos/minerva/index.htm


Ahí os ponemos el texto del ilustre Antonio García y Bellido describiendo esta escultura:

Minerva. Bronce de pátina verde oscura. —A. 0.85 m —Hallada en el Arenal de Pelegrina, a 5 kms de Sigüenza (prov. de Guadalajara. al N. de ella). juntamente con restos de otras esculturas (ignoro si de bronce también). Fue donada por el obispo de la diócesis al Museo Arqueológico Nacional de Madrid (núm. 18.357).
Desgraciadamente nos ha llegado con sensibles mutilaciones. Fáltale la cabeza, el brazo izquierdo —que tendría, sin duda, el escudo— gran parte del antebrazo derecho, cuya mano, en alto, debia de sostener la lanza. Fáltale también la punta del pie derecho, que había de asomar bajo el peplos, aunque como pieza aparte postiza presenta otros ligeros deterioros, como la perforación del muslo izquierdo.
Es rara la particularidad de tener la égida enrollada en sus bordes, caso similar al de la Minerva de la Colección Lebrija, en Sevilla. Este reborde retorcido parece semejar piel de culebra. De uno de sus pliegues interiores surgen dos serpientes, que se acercan a la cabeza de Medusa, que ocupa el centro del mágico peto cubierto de escamas plumosas.

GARCÍA Y BELLIDO, A. Esculturas romanas de España y Portugal, //, 1949


Recuperando, en estas líneas, la busca del susodicho yacimiento arqueológico, nada te indica su ubicación, únicamente te encuentras en la senda un cartel explicativo del Parque Natural donde se cita la existencia de dicho castro celtibérico por los alrededores, sin citarse ubicación alguna. Aunque con las pistas que del bar traíamos, estabamos seguros de poder encontrarlo. Y así fue. Tomando un camino ascendente que sale del margen izquierdo del río Dulce, tras cruzarlo por unos tablones que hacen de puente, llegamos a lo alto de los cortados por donde, en época de lluvias, cae una bonita cascada, cual no era el caso, pues el invierno y el inicio de la primavera habían sido muy secos, aunque afortunadamente las semanas siguientes arreglaron dicha sequía.
Allí, por fin, encontramos Los Castillejos. La verdad, que siempre, en nuestras visitas, hemos pasado muy cerca, pues la carretera que tomamos para salir de la Nacional (Gu-118), a la altura de La Torresaviñán, pasa a pocos metros del poblamiento, justo antes de entrar en una zona de revueltas que bordean y cruzan el Río Dulce.
Por fin en una soleada tarde primaveral disfrutamos de las preciosas vistas que desde Los Castillos –así aparece nombrada la finca en el visor online del Ministerio de Medio Ambiente- se pueden contemplar en un día claro como aquél.



El poblamiento se extiende en la ladera meridional del promontorio, por lo que desde allí se puede contemplar en el horizonte La Torresaviñán, siendo esta la parte menos protegida, pues la pendiente desciende suavemente hacía el arroyo (en el visor del Ministerio se le califica como Río del Gollorio) que luego cae en cascada -cuando lleva agua- al río Dulce -la conocida, como Cascada del Gollorio o del barranco del Gollorio, que en el visor se le llama Cascada cola de caballo, al igual que una que hay en el mismísimo Pirineo, en Ordesa, y otras tantas por la similitud de forma entre algunas cascadas y la cola del equino-. Ahí se construyeron dos murallas distintas en periodos distintos de ocupación.

La Torresaviñán vista desde Los Castillejos

Hablando de los periodos de ocupación, hasta cuatro distingue Julián Talavera Costa, en su tesis doctoral presentada en la Universidad de Valencia, del que vamos a extraer las anotaciones siguientes. Así distingue entre:

1. Protoceltibérico.
2. Celtibérico Antiguo
3. Celtibérico Pleno
4. Celtibérico tardío.


Julián Talavera se ha basado principalmente en los trabajos de campo de María Paz García-Gelabert Pérez y Nuria Morère Molinero en este poblamiento. En concreto, en las campañas arqueológicas de 1985 y 1985 y las de entre 1986 y 1988, donde únicamente quedó Nuria Morère al frente de estas últimas.

El primer periodo (Castillejos I) de ocupación lo ha calificado como Protoceltibérico porque no aparece ninguna de las características propias de la cultura celtibérica, como el torno, el hierro, los amurallamientos ciclópeos o cerámicas de importación. El único elemento vinculable al Celtibérico a mencionar sería la estructura cuadrangular de una vivienda que junto a la presencia de una segunda estructura presente junto a la muralla I –pues se han documentado dos murallas, la I utilizada en el Protoceltibérico y en el Celtibérico antiguo, y la II, que abarcaba mayor extensión, en los otros dos periodos, el Celtibérico pleno y el Celtibérico tardío- son los dos únicos elementos arquitectónicos de este primer periodo. Pero aunque las típicas plantas de este periodo son ovales, han aparecido también plantas de viviendas rectangulares, por lo que el autor entiende que éste no es un elemento definitorio para establecer una cronología absoluta y los tipos de vajillas hallados en ambas estructuras permitieron datar la vivienda en el siglo VII a C., por tanto, en el Protoceltibérico. Debido a la escasa potencia estatigráfica se puedo pensar que fue una ocupación transitoria, pero la gran cantidad de materiales localizados en el interior de la estructura hizo desmentir dicha hipótesis.
Los materiales cerámicos encontrados de este periodo, prácticamente todos ellos, están más del 99% realizados a mano, habiendo una relación directa con las cerámicas de Campos de Urnas, los poblados de ribera y la tradición campaniforme anterior.

Barranco por donde cae el arroyo del Gollorio en cascada -Cascada del Gollorio o de Cola de Caballo- cuando lleva agua. A la derecha, el promontorio sobre el que se asienta Los Castillejos.

En cuanto a la información sobre la dieta de estos ocupantes, las investigaciones óseas realizadas, nos muestran siete especies animales, de ellas las más importantes fueron las domésticos, donde destacaron los ovicápridos y los bóvidos, siendo la caza un aporte puntual, “casi residual”, como indica el autor de la tesis. Los ovicaprinos, únicamente la mitad llegaban a edad adulta, por tanto, un 50% estaban destinados al consumo cárnico, mientras que la otra mitad para la producción láctea y lanar.

No se constató un final violento para la población que habitase esta vivienda. Sin embargo, la gran cantidad de cerámica encontrada nos hace ver que tuvieron un final rápido o precipitado, pero nunca violento.

Debió existir un lapso muy breve de tiempo entre la primera ocupación y la correspondiente ya al segundo periodo, la del Celtibérico Antiguo o Castillejos II, por la escasa diferencia entre la cerámica existente entre este momento y el anterior. Así se puede situar en algún momento de principios del siglo V a. C.
Este segundo periodo compartió muralla con el precedente, así se diferencia entre un zócalo de datación protoceltibérica y un alzado propio de Los Castillejos II. Se fue produciendo la entrada de cerámicas torneadas y de las primeras escorias de hierro. Gran parte de esta cerámica es de importación, pues su pasta difiere bastante de la identificada como local. El uso del torno aún no alcanza el 50%.
Volviendo a la muralla, su anchura es de alrededor de metro y medio y carece de argamasa que sustente las piedras que la conforman.
El ganadería no experimenta grandes cambios con respecto al periodo anterior. Se reduce más aún la presencia de las especies montaraces, su aportación a la dieta no llega al 1% del total. Destaca también, entre los restos óseos, la presencia de un cánido, especie que no desaparecerá, estando constatada, bien directa o indirectamente, en los siguientes estadios.
Buena parte de los elementos de bronce encontrados en el yacimiento pertenecen a esta ocupación. También destaca una fíbula anular.
Como dato significativo hay que decir que el 60% de los poblados que han sido identificados en la comarca seguntina aparecían ya ocupados en este periodo. Los poblamientos estaban separados por una distancia media de unos 7 kilómetros, por lo que las comunicaciones eran relativamente rápidas.

Los Castillejos

Con el tercer periodo, denominado por el autor del que estamos sacando estas notas como Celtibérico Pleno o Castillejos III, se da la introducción plena del hierro, con lo que se mejora la agricultura, aumentando la producción y, por ende, el desarrollo demográfico. Este aumento demográfico lleva consigo la construcción de una segunda muralla, dándose, desde el punto de vista urbanístico, la máxima expansión territorial del asentamiento.
La nueva muralla está conformada por grandes sillares que permiten catalogarla de ciclópea. El elemento determinante para establecer el patrón cronológico de esta muralla es la presencia de un torreón situado en el lado Este del cerro. Así nos permite encuadrar esta ocupación en el Hierro II, pues no hay torreones anteriores a esta cronología dentro de este contexto.
Al igual que en el Celtibérico Antiguo, las relaciones visuales conectan a la casi totalidad de los poblamientos, a excepción de los situados en el cauce del río Henares, donde se encuentra el de Castilviejo del que hablaremos en la próxima entrada de este blog.
Uno de los elementos que más dificultades ha planteado para su adecuación temporal ha sido la estructura del camino o rampa de acceso, pues en ésta se da tres de los periodos: el Protoceltibérico, el Celtibérico Antiguo y el Celtibérico Pleno.

Los elementos que permiten datar con cierta seguridad la etapa final del poblado, el Celtibérico Tardío o Castillejos IV, son ciertas formas cerámicas. El final del poblado se presenta como un proceso lento, no traumático, pero sobre todo sin síntomas evidentes de destrucción. La despoblación del cerro se debió seguramente a la propia dinámica evolutiva de los “castros”. El autor formula la hipótesis del posible trasvase poblacional hacia un centro de mayores dimensiones, como los oppidum.
Lo que es seguro es que el poblado de Los Castillejos no llega a romanizarse, a pesar de que la propia datación del último estadio ya en el siglo II a C, hace ver que la presencia romana en la zona era ya un hecho patente.

Hasta aquí la descripción de este yacimiento, tomando palabras y descripciones de Julián Talavera Costa de su tesis doctoral y el fin de esta entrada en espera de la siguiente donde trataremos de dar pinceladas sobre el otro poblamiento que visitamos, el de Castilviejo, en el valle del Henares. Pero no podemos despedir estas líneas, sin traer las últimas palabras de Julián Talavera, y que nos hacen recordar a los habitantes de esta lugar y del que hemos hablado en este humilde sitio:

Quiénes fueron y dónde llegaron, son dos cuestiones a día de hoy, lamentablemente, irresolubles.”

Galería fotográfica: