martes, mayo 17, 2016

Ruta desde el Monasterio de La Aldehuela y los "cortados" de Rivas Vaciamadrid (río Manzanares) - 15-05-2016

Después de más de 7 años sin publicar en este blog, vuelvo a crear una entrada para el mismo. No diré lo de "decíamos ayer" de Fray Luis de León, pero sí procuraré que no se note todo este largo intervalo y para ello haré fichas más breves, para poder mantener más vivo este blog, en las que pondré un vídeo de imágenes de las rutas que vaya realizando.

Hoy nos acercamos a la parte final del valle del río Manzanares, aquél que nace en la Sierra de Guadarrama -pues hay algún hidrónimo más con este nombre- y viene a unirse con el río Jarama, allá en el Soto de las Juntas de Rivas Vaciamadrid. La ruta que hice el pasado día de San Isidro, es decir, hace dos días, es de más o menos 7 kilómetros, entre las ruinas del Monasterio trapense de La Aldehuela y los cortados de Rivas, justo donde doblan hacía el mencionado Soto de las Juntas, donde el Manzanares vierte sus aguas -nunca mejor dicho lo de vertir- en el Jarama.

Pese a la degradación del valle en esta zona, por antiguas explotaciones de graveras y alguna que otra escombrera descontrolada, la primavera y las abundantes lluvias de los dos últimos meses han traído una cierta exuberancia a una zona que se puede calificar de semidesértica en algunos de sus parajes.

No nos enrollamos más y dejamos que hablen las imágenes.


martes, marzo 31, 2009

Arqueología, parajes y rincones por tierras seguntinas (I Parte)

Hoy haremos nuestra particular descripción sobre unas tierras muy conocidas por estos lares que bien pudieran ser motivo para que alguien propusiera que este blog no llevara por leyenda “un paseo por la Península Ibérica”, sino más bien, un paseo alcarreño o, con mayor exactitud, “un paseo por tierras de Guadalajara”. La proximidad a nuestro lugar de residencia y la gran atracción que nos producen muchos lugares de dicha provincia, hacen que hasta ahora sean las tierras protagonistas en este humilde y aún joven sitio web. Aunque, si los dioses nos conceden el honor de permanecer más tiempo por estos mundos antes de reclamar nuestra presencia en los avernos, intentaremos llegar –más poco a poco que mucho a mucho, y no por falta de ganas- a los más recónditos rincones de la geografía ibérica.




Vistas del barranco del río Dulce desde el mirador de Félix Rodríguez de la Fuente



El estío, estación en la que muchos de los mortales recobramos la libertad por unos días, es una buena oportunidad para recorrer los caminos de la antigua Iberia.
Las tierras de Sigüenza reclaman de nuevo nuestra atención. Quedaron pendientes ciertos emplazamientos no localizados en nuestras anteriores visitas. Estas comarcas o antiguos señoríos, tan despoblados, guardan numerosas joyas en forma de antiguos poblamientos diseminados por sus altozanos, de templos románicos, de rutas ancestrales, de parajes evocadores de otros tiempos, …en concreto, nuestra búsqueda, en sendos viajes, se centró tanto en el poblamiento celtibérico de Los Castillejos de Pelegrina, en abril, como en el de Castilviejo de Guijosa, en mayo del pasado año, ambos, como todas estas tierras, junto a pedanías dependientes de Sigüenza y ambos arévacos, al igual que el universalmente conocido de Numancia en tierras sorianas.

Pero antes de citar cualquier impresión de profano en la materia, y ciertamente de documentar algún que otro dato sobre los mismos, empezaremos por describir como buenamente podamos lo que fuimos viendo, aunque gran parte de lo descrito, seguramente ya lo fue en anteriores ocasiones en este sitio. De todas formas, creo que nunca está de más refrescar la memoria, o más bien persistir en el intento de llegar a la esencia de algo, objetivo utópico que siempre se ha de perseguir. Los argantonios quizás pequemos de reiteración, pero es una manera de interiorizar los lugares de una manera más profunda, no sabemos si más o menos adecuadamente -depende del valor de nuestras impresiones-, pero sí con pura devoción.

Traigamos a este lugar las palabras de Ortega y Gasset de sus “Tierras de Castilla, notas de andar y ver”. Él sí que encontró la esencia de estos parajes:

Al volver atrás la mirada por ver el trecho que llevamos andado, Sigüenza, la viejísima ciudad episcopal, aparece rampando por una ancha ladera, a poca distancia del talud que cierra por el lado frontero el valle. En lo más alto el castillo lleno de heridas, con sus paredones blancos y unas torrecillas cuadradas, cubiertas con un airoso casquete. En el centro del caserío se incorpora la catedral, del siglo XII.
Las catedrales románicas fueron construidas en España al compás que hacían las espadas cayendo sobre los cuerpos de los moros. Sigüenza fue bastante tiempo lugar fronterizo, avanzada en tierra de musulmanes. Por eso, como en Ávila, tuvo la catedral que ser a la vez castillo; sus dos torres cuadradas, anchas, recias, brunas, avanzan hacia el firmamento, pero sin huir de la tierra, como acontece con las góticas. No se sabe qué preocupaba más a sus constructores: si ganar el cielo o no perder la tierra.

Poco más adelante, nos describe uno de los símbolos seguntinos y del arte universal más singulares, la escultura del Doncel de Sigüenza:

...recuerdo que dentro de la iglesia, en un rincón de la nave occidental*, hay una capilla y en ella una estatua de las más bellas de España. Me refiero al enterramiento de don Martín Vázquez de Arce.
Es un guerrero joven, lampiño, tendido a la larga sobre uno de sus costados. El busto se incorpora un poco apoyando un codo en un haz de leña; en las manos tiene un libro abierto; a los pies un can y un paje; en los labios una sonrisa volátil. Cierto cartelón fijado encima de la figura hace breve historia del personaje. Era un caballero santiaguista que mataron los moros cuando socorría a unos hombres de Jaén, con el ilustre duque del Infantado, su señor, a orillas de la acequia gorda, en la vega de Granada.
Nadie sabe quién es el autor de la escultura. Por un destino muy significativo, en España casi todo lo grande es anónimo. De todas suertes, el escultor ha esculpido aquí una de esas antítesis. Este mozo es guerrero de oficio: lleva cota de malla y piezas de arnés cubren su pecho y sus piernas. No obstante, el cuerpo revela un temperamento débil, nervioso. Las mejillas descarnadas y las pupilas intensamente recogidas declaran sus hábitos intelectuales. Este hombre parece más de pluma que de espada. Y, sin embargo, combatió en Loja, en Mora, en Montefrío bravamente. La historia nos garantiza su coraje varonil. La escultura ha conservado su sonrisa dialéctica. ¿Será posible? ¿Ha habido alguien que haya unido el coraje a la dialéctica?

(* Salvo que esta hubiera cambiado su posición con respecto a la visita de Ortega y Gasset, hay un error de posición, la nave a la que se refiere no es occidental sino meridional respecto al templo)

Para buscar el emplazamiento de Los Castillejos de Pelegrina, nos dirigimos, en primer lugar, a la pedanía seguntina de Pelegrina, visitada por nosotros varias veces. Hicimos una previa parada en el mirador dedicado a Félix Rodríguez de la Fuente -por estos barrancos rodó sus famosos episodios del lobo ibérico- y desde ahí emprendimos la búsqueda de este poblamiento celtibérico.




Nuestros primeros intentos fueron fallidos, y si bien descubrimos algunos restos, nuestra intuición nos decía no estar ante Los Castillejos de Pelegrina, sino más bien ante ruinas de unos pocos siglos a lo sumo, y más refugios de pastores que otra cosa. En ésas, echamos la mañana en la búsqueda, cuando el olor imaginario de los torreznos -tan típicos por estas tierras- nos llevó hasta el único bar que puedes encontrar en Pelegrina que, todo hay que decirlo, al menos se luce muy bien, pues además de bar es restaurante, con el comedor en una sala acristalada con bonitas vistas al barranco del río Dulce, que en Pelegrina adquiere sus formas más de ensueño. Este lugar es de aquellos en los que la naturaleza se convierte, como casi siempre, en un sublime artista, al que, en buen momento, tratamos de imitar. Así que, si ella pule en la roca unas grandes fortalezas, los humanos colocan la suya en otra roca. Así te encuentras con lo que queda del castillo de Pelegrina, confundiéndose entre otros muchos esculpidos con agua y viento durante el transcurrir de las sucesivas eras geológicas. Algo así como cuando se contempla a los lejos el monasterio de El Escorial, quedando éste como un pequeño apéndice de esas grandes majestuosidades de roca de la Sierra de Guadarrama. Los dueños del bar, viendo nuestro interés por el asunto, nos mostraron un cartel realizado por un arquitecto para una hipotética reconstrucción del castillo. La recreación es más reivindicativa que otra cosa, porque no tiene pinta de que ninguna administración haga nada por intentar salvar un castillo que, como otros tantos, parece ser que tiene como cercano destino un total derrumbe por desidia.


Plano de reconstrucción del castillo de Pelegrina



Éste fue construido allá por el S. XII, como residencia estival para los obispos de Sigüenza, donde anteriormente existía una torre vigía musulmana. No tenían mal ojo para elegir los lugares de retiro. Ahí os ponemos la web oficial dedicada a este castillo ubicado en esta población que fue donada al obispado seguntino por Alfonso VII en premio a los servicios bélicos prestados por el francés Bernardo de Agén, primer obispo de Sigüenza, trás ser ganada la ciudad por los cristianos a los musulmanes:

http://www.castillodepelegrina.es




Castillo de Pelegrina



La pedanía abajo hacia el este, el barranco al sur y el valle del río Dulce que sale de su telúrico secuestro y se ensancha en una muy verde vega hacia el poniente, camino de La Cabrera y Aragosa, las otras dos poblaciones encuadradas dentro del Parque Natural del Barranco del Río Dulce. Nosotros, tras la contemplación, emprendimos rumbo al barranco, esta vez desde sus entrañas, dejando a la izquierda un espolón sobre el que hay restos de antiguos poblamientos, aún no muy estudiado según tengo entendido, pero que pudimos contemplar en una anterior visita, donde había tumbas antropomorfas labradas en la roca y donde me llevé un buen picotazo de abeja. Es bien conocida la merecida fama de la miel de la Alcarria, algún precio habrá que pagar por nuestra osadía de cruzar tan cerca de sus moradas expoliadas sitemáticamente para nuestro propio deleite.

Promontorio frente a Pelegrina, con restos también de época celtibérica

Llegados a este punto, tenemos que hablar de una interesante reliquia arqueológica de época romana, la Minerva de Pelegrina, donde sobre su hipotética localización de origen se mezcla el misterio, la intriga y hasta el crimen, como si de una novela de esas que tan de moda están se tratase. Según lo que en este texto se recoge, ésta se habría encontrado en los restos de una antigua cantera muy cerca de Pelegrina y no seguramente en Los Castillejos como se vino especulando. Merece la pena leer todas las hipótesis sobre el hallazgo de la pieza que actualmente reposa en el arqueológico nacional.

Minerva de Pelegrina

http://www.histgueb.net/hallazgos/minerva/index.htm


Ahí os ponemos el texto del ilustre Antonio García y Bellido describiendo esta escultura:

Minerva. Bronce de pátina verde oscura. —A. 0.85 m —Hallada en el Arenal de Pelegrina, a 5 kms de Sigüenza (prov. de Guadalajara. al N. de ella). juntamente con restos de otras esculturas (ignoro si de bronce también). Fue donada por el obispo de la diócesis al Museo Arqueológico Nacional de Madrid (núm. 18.357).
Desgraciadamente nos ha llegado con sensibles mutilaciones. Fáltale la cabeza, el brazo izquierdo —que tendría, sin duda, el escudo— gran parte del antebrazo derecho, cuya mano, en alto, debia de sostener la lanza. Fáltale también la punta del pie derecho, que había de asomar bajo el peplos, aunque como pieza aparte postiza presenta otros ligeros deterioros, como la perforación del muslo izquierdo.
Es rara la particularidad de tener la égida enrollada en sus bordes, caso similar al de la Minerva de la Colección Lebrija, en Sevilla. Este reborde retorcido parece semejar piel de culebra. De uno de sus pliegues interiores surgen dos serpientes, que se acercan a la cabeza de Medusa, que ocupa el centro del mágico peto cubierto de escamas plumosas.

GARCÍA Y BELLIDO, A. Esculturas romanas de España y Portugal, //, 1949


Recuperando, en estas líneas, la busca del susodicho yacimiento arqueológico, nada te indica su ubicación, únicamente te encuentras en la senda un cartel explicativo del Parque Natural donde se cita la existencia de dicho castro celtibérico por los alrededores, sin citarse ubicación alguna. Aunque con las pistas que del bar traíamos, estabamos seguros de poder encontrarlo. Y así fue. Tomando un camino ascendente que sale del margen izquierdo del río Dulce, tras cruzarlo por unos tablones que hacen de puente, llegamos a lo alto de los cortados por donde, en época de lluvias, cae una bonita cascada, cual no era el caso, pues el invierno y el inicio de la primavera habían sido muy secos, aunque afortunadamente las semanas siguientes arreglaron dicha sequía.
Allí, por fin, encontramos Los Castillejos. La verdad, que siempre, en nuestras visitas, hemos pasado muy cerca, pues la carretera que tomamos para salir de la Nacional (Gu-118), a la altura de La Torresaviñán, pasa a pocos metros del poblamiento, justo antes de entrar en una zona de revueltas que bordean y cruzan el Río Dulce.
Por fin en una soleada tarde primaveral disfrutamos de las preciosas vistas que desde Los Castillos –así aparece nombrada la finca en el visor online del Ministerio de Medio Ambiente- se pueden contemplar en un día claro como aquél.



El poblamiento se extiende en la ladera meridional del promontorio, por lo que desde allí se puede contemplar en el horizonte La Torresaviñán, siendo esta la parte menos protegida, pues la pendiente desciende suavemente hacía el arroyo (en el visor del Ministerio se le califica como Río del Gollorio) que luego cae en cascada -cuando lleva agua- al río Dulce -la conocida, como Cascada del Gollorio o del barranco del Gollorio, que en el visor se le llama Cascada cola de caballo, al igual que una que hay en el mismísimo Pirineo, en Ordesa, y otras tantas por la similitud de forma entre algunas cascadas y la cola del equino-. Ahí se construyeron dos murallas distintas en periodos distintos de ocupación.

La Torresaviñán vista desde Los Castillejos

Hablando de los periodos de ocupación, hasta cuatro distingue Julián Talavera Costa, en su tesis doctoral presentada en la Universidad de Valencia, del que vamos a extraer las anotaciones siguientes. Así distingue entre:

1. Protoceltibérico.
2. Celtibérico Antiguo
3. Celtibérico Pleno
4. Celtibérico tardío.


Julián Talavera se ha basado principalmente en los trabajos de campo de María Paz García-Gelabert Pérez y Nuria Morère Molinero en este poblamiento. En concreto, en las campañas arqueológicas de 1985 y 1985 y las de entre 1986 y 1988, donde únicamente quedó Nuria Morère al frente de estas últimas.

El primer periodo (Castillejos I) de ocupación lo ha calificado como Protoceltibérico porque no aparece ninguna de las características propias de la cultura celtibérica, como el torno, el hierro, los amurallamientos ciclópeos o cerámicas de importación. El único elemento vinculable al Celtibérico a mencionar sería la estructura cuadrangular de una vivienda que junto a la presencia de una segunda estructura presente junto a la muralla I –pues se han documentado dos murallas, la I utilizada en el Protoceltibérico y en el Celtibérico antiguo, y la II, que abarcaba mayor extensión, en los otros dos periodos, el Celtibérico pleno y el Celtibérico tardío- son los dos únicos elementos arquitectónicos de este primer periodo. Pero aunque las típicas plantas de este periodo son ovales, han aparecido también plantas de viviendas rectangulares, por lo que el autor entiende que éste no es un elemento definitorio para establecer una cronología absoluta y los tipos de vajillas hallados en ambas estructuras permitieron datar la vivienda en el siglo VII a C., por tanto, en el Protoceltibérico. Debido a la escasa potencia estatigráfica se puedo pensar que fue una ocupación transitoria, pero la gran cantidad de materiales localizados en el interior de la estructura hizo desmentir dicha hipótesis.
Los materiales cerámicos encontrados de este periodo, prácticamente todos ellos, están más del 99% realizados a mano, habiendo una relación directa con las cerámicas de Campos de Urnas, los poblados de ribera y la tradición campaniforme anterior.

Barranco por donde cae el arroyo del Gollorio en cascada -Cascada del Gollorio o de Cola de Caballo- cuando lleva agua. A la derecha, el promontorio sobre el que se asienta Los Castillejos.

En cuanto a la información sobre la dieta de estos ocupantes, las investigaciones óseas realizadas, nos muestran siete especies animales, de ellas las más importantes fueron las domésticos, donde destacaron los ovicápridos y los bóvidos, siendo la caza un aporte puntual, “casi residual”, como indica el autor de la tesis. Los ovicaprinos, únicamente la mitad llegaban a edad adulta, por tanto, un 50% estaban destinados al consumo cárnico, mientras que la otra mitad para la producción láctea y lanar.

No se constató un final violento para la población que habitase esta vivienda. Sin embargo, la gran cantidad de cerámica encontrada nos hace ver que tuvieron un final rápido o precipitado, pero nunca violento.

Debió existir un lapso muy breve de tiempo entre la primera ocupación y la correspondiente ya al segundo periodo, la del Celtibérico Antiguo o Castillejos II, por la escasa diferencia entre la cerámica existente entre este momento y el anterior. Así se puede situar en algún momento de principios del siglo V a. C.
Este segundo periodo compartió muralla con el precedente, así se diferencia entre un zócalo de datación protoceltibérica y un alzado propio de Los Castillejos II. Se fue produciendo la entrada de cerámicas torneadas y de las primeras escorias de hierro. Gran parte de esta cerámica es de importación, pues su pasta difiere bastante de la identificada como local. El uso del torno aún no alcanza el 50%.
Volviendo a la muralla, su anchura es de alrededor de metro y medio y carece de argamasa que sustente las piedras que la conforman.
El ganadería no experimenta grandes cambios con respecto al periodo anterior. Se reduce más aún la presencia de las especies montaraces, su aportación a la dieta no llega al 1% del total. Destaca también, entre los restos óseos, la presencia de un cánido, especie que no desaparecerá, estando constatada, bien directa o indirectamente, en los siguientes estadios.
Buena parte de los elementos de bronce encontrados en el yacimiento pertenecen a esta ocupación. También destaca una fíbula anular.
Como dato significativo hay que decir que el 60% de los poblados que han sido identificados en la comarca seguntina aparecían ya ocupados en este periodo. Los poblamientos estaban separados por una distancia media de unos 7 kilómetros, por lo que las comunicaciones eran relativamente rápidas.

Los Castillejos

Con el tercer periodo, denominado por el autor del que estamos sacando estas notas como Celtibérico Pleno o Castillejos III, se da la introducción plena del hierro, con lo que se mejora la agricultura, aumentando la producción y, por ende, el desarrollo demográfico. Este aumento demográfico lleva consigo la construcción de una segunda muralla, dándose, desde el punto de vista urbanístico, la máxima expansión territorial del asentamiento.
La nueva muralla está conformada por grandes sillares que permiten catalogarla de ciclópea. El elemento determinante para establecer el patrón cronológico de esta muralla es la presencia de un torreón situado en el lado Este del cerro. Así nos permite encuadrar esta ocupación en el Hierro II, pues no hay torreones anteriores a esta cronología dentro de este contexto.
Al igual que en el Celtibérico Antiguo, las relaciones visuales conectan a la casi totalidad de los poblamientos, a excepción de los situados en el cauce del río Henares, donde se encuentra el de Castilviejo del que hablaremos en la próxima entrada de este blog.
Uno de los elementos que más dificultades ha planteado para su adecuación temporal ha sido la estructura del camino o rampa de acceso, pues en ésta se da tres de los periodos: el Protoceltibérico, el Celtibérico Antiguo y el Celtibérico Pleno.

Los elementos que permiten datar con cierta seguridad la etapa final del poblado, el Celtibérico Tardío o Castillejos IV, son ciertas formas cerámicas. El final del poblado se presenta como un proceso lento, no traumático, pero sobre todo sin síntomas evidentes de destrucción. La despoblación del cerro se debió seguramente a la propia dinámica evolutiva de los “castros”. El autor formula la hipótesis del posible trasvase poblacional hacia un centro de mayores dimensiones, como los oppidum.
Lo que es seguro es que el poblado de Los Castillejos no llega a romanizarse, a pesar de que la propia datación del último estadio ya en el siglo II a C, hace ver que la presencia romana en la zona era ya un hecho patente.

Hasta aquí la descripción de este yacimiento, tomando palabras y descripciones de Julián Talavera Costa de su tesis doctoral y el fin de esta entrada en espera de la siguiente donde trataremos de dar pinceladas sobre el otro poblamiento que visitamos, el de Castilviejo, en el valle del Henares. Pero no podemos despedir estas líneas, sin traer las últimas palabras de Julián Talavera, y que nos hacen recordar a los habitantes de esta lugar y del que hemos hablado en este humilde sitio:

Quiénes fueron y dónde llegaron, son dos cuestiones a día de hoy, lamentablemente, irresolubles.”

Galería fotográfica:


sábado, abril 26, 2008

Árboles emblemáticos

Hace unos días oí hablar de dos árboles muy atrayentes, el Roblón de Estalaya, en la provincia de Palencia, conocido como "El abuelo" por su longevidad, unos seiscientos o setecientos años se le estiman –aunque los hay mucho más viejos aún por la piel de toro-, y el Roble-Pino de Canicosa, en la provincia de Burgos, un caso muy curioso de unión entre un pino y un roble.


Roblón de Estalaya Roble-pino de Canicosa


Gracias a ello, me propuse indagar un poco más sobre estos maravillosos seres vivos, tan sagrados para ciertos pueblos de la antigüedad de los que tanto deberíamos aprender, y descubrí que a finales del año pasado se celebró, a cargo de la organización Bosques sin Fronteras, la 1ª edición del Premio Árbol y Bosque del Año. Me resultaron muy curiosos los árboles premiados, alguno de los cuales conocía de oídas como el Olmo de Nuevo Baztán y, por supuesto, el Ciprés de Silos. Tan plausible me pareció un certamen de este tipo, que creí oportuno hacer una mención en este humilde lugar. Luego una cosa lleva a la otra y navegando por la red, cual Odiseo por el Mediterráneo, descubrí la obra de la ingeniera forestal Susana Domínguez Lerena y el naturalista y fotógrafo Ezequiel Martínez. Ésta se encuentra disponible en la red y recoge los cien árboles, a juicio de sus autores, más emblemáticos y singulares en territorio español. Algún día, movidos por nuestra vocación iberista, nos gustaría mostrar, de igual forma, nuestros respetos por los árboles emblemáticos portugueses y hacer alguna reseña a los mismos por estos lares.

Ahí os ponemos el enlace a esta obra:

ÁRBOLES, LEYENDAS VIVAS


Y ahí teneis un estupendo documental que fue emitido en TVE donde se habla de esta obra. La informática no me ha permitido poner directamente en esta página la aplicación de video, me da error el código, así que ahí os pongo el enlace al lugar donde se encuentra:

Documental Árboles, leyendas vivas

Está muy bien conocer ciertos elementos culturales de lugares exóticos, como el lejano oriente, y saber de sus horóscopos ancestrales, en los que dependiendo de la época del año que hayamos nacido tenemos un animal u otro asignados, pero ¿qué sabemos, por ejemplo, del horóscopo celta?...yo diría que bastante poco, siendo un pueblo que dejó su huella en nuestra Península Ibérica. Así, en una entrada como ésta de este blog, no podía faltar una mención al horóscopo celta, donde cada uno de nosotros, dependiendo del mes en el que hayamos nacido, nos corresponde un árbol u otro. No sabemos en que grado se asemeja o no esta asignación a lo que pudo ser, pero sí, a modo de anecdotario, diremos que a los nacidos en el mes de marzo les correspondería el manzano -con su fruto tan sagrado para este pueblo-, a los nacidos en abril el álamo, en mayo el avellano, en junio el ciprés o el tejo -éstos tienen donde elegir-, en julio el pino, en agosto el roble -uno de los árboles más sagrados tanto para celtas como demás pueblos de la Antigüedad-, en septiembre el cedro, en octubre la higuera, en noviembre el abedul, en diciembre el melocotonero, en enero el serbal y en febrero el sauce. Como digo, no sé hasta que punto se puede dar veracidad a esta confección sistemática, hecha por 'filoceltas' del S. XX, como un horóscopo común a todas las etnias célticas, pues los que llegaron a las latitudes mediterráneas se encontrarían con las higueras y sus deliciosos frutos, pero ésto ya sería bastante más difícil para los más norteños -sin querer dejar con todo ello en la orfandad arborea a los nacidos en el mes de octubre, lo que no es mi intención-. Pero con todo esto y más, y tal y como he dicho, no podía pasar esta ocasión para citar este horóscopo sacado de una obra, quizás no muy científica, pero sí muy entrañable y escrita desde el corazón titulada "Los celtas" de Manuel Yáñez Solana. Como buen druida que educa a los menores, se lo sugeriría como lectura a los niños y no tan niños, son muchas las enseñanzas que podemos sacar de un pueblo como ése.





















I EDICIÓN DEL PREMIO ÁRBOL Y BOSQUE DEL AÑO

Árbol Gigante: CASTAÑO CAN CUCH de Cánoves
Este castaño ('Castanea sativa') de Barcelona tiene 12 metros de perímetro de tronco y 16 metros de altura. En el interior de su tronco, hueco por el paso de los años, vivió durante los años 60 un carbonero, con su cama, cocina y chimenea.






























Árbol longevo: ENCINA DE MENDAZA.
Conocida como la encina de las Tres Patas, este árbol navarro tiene entre 1.000 y 2.000 años.



























Bosque cuidado: HAYERO DE CIÑERA
Localizado en León, el 'faedo' o 'hayero' de Ciñera es un hayedo muy bien conservado. El máximo exponente es el Haya de Ciñera, con 6.32 metros de perímetro, y 500 años.















Árbol emblemático: OLMO DE NUEVO BAZTÁN
Es uno de los escasos ejemplares vivos de una especie castigada por la plaga de la grafiosis, que ha acabado con los olmos en España. Plantado en el siglo XVIII, es un emblema de esta localidad madrileña.




Bosque amenazado: A FERVENZA
El bosque de A Fervenza, en Lugo, está formado por varias especies de robles y vegetación de ribera. A orillas del Miño, tiene numerosas lagunas. Diversas talas lo han amenazado en los últimos años.




Árbol histórico: CIPRÉS DE SILOS
El Monasterio de Santo Domingo de Silos, en Burgos, alberga este árbol centenario que ha sido inspiración de poetas.



Mención especial: MARGARITA BURÓN BARRIO
El jurado destacó la labor de Margarita Burón Barrio, ingeniera forestal experta en conservación de olmos, que falleció en mayo de 2007 en un accidente de tráfico mientras colaboraba en proyectos ambientales en Etiopía.



P.D. Aprovechando esta entrada, y ya que estamos con premios de por medio, quería hacer una mención muy especial al Premio que ha recibido este sitio web, otorgado por parte de Abraham López Moreno, el creador de páginas de tan fabuloso contenido como Panorámica Cazorlense o Jaén, bella ciudad de Luz.
Supone todo un honor ser uno de los premiados en la I Entrega de Premios Dardo 2008 y sobre todo si el reconocimiento viene por parte de un ilustre creador de la red, y difusor ante el mundo de uno de los rincones más bellos de la Península Ibérica, como es Abraham López Moreno. No sé si lo mereceremos o no, las ocupaciones que tan poco tiempo nos dejan a casi todos y la cuota de responsabilidad, o mejor dicho, de irresponsabilidad que me corresponde –siempre se puede hacer mucho más por mantener más vivo un sitio- seguramente indiquen que no somos merecedores de tal honor, aunque tampoco soy quién para contradecir a Abraham, ni pizca de gana que tengo de hacerlo, por supuesto. Así que, recibimos muy gustosamente tu premio otorgado, Abraham.




¡Salve amigos!, a ver si nos vemos pronto

viernes, marzo 07, 2008

La sierra de Ayllón camino de Tejera Negra

Hay veces que un destino te conduce a otros; ocurre con frecuencia. El propio viaje en sí, con un objetivo determinado, puede llevar implícitos otros muchos lugares con los que no se contaba. Por muy metódico que uno sea, cual no es el caso para el que esto escribe, el viaje es en sí una aventura y, como tal, siempre puede deparar agradables sorpresas -qué comentar sobre ello que no esté dicho, la aventura es el gran deleite del viaje-, aunque, como advirtieron a Azorín mientras buscaba al hidalgo por La Mancha, "en todo viaje hay una legua de mal camino", por suerte, no fue nuestro caso. Con este preámbulo parece que los argantonios hubieran puesto rumbo en busca de saberes ocultos al mismísimo delta del Ganges, pero no, nos conformamos, y bien conformados, con una visita a la comarca de la Sierra de Ayllón de la parte de Guadalajara, en concreto en el noroeste de dicha provincia, una de nuestras predilectas, con mucho que descubrir y de la que ya hemos dado alguna pincelada por aquí. Una suerte tenerla tan cercana. Andar por buena parte de las provincias, por ejemplo, de Guadalajara y Soria, entre otra tantas, es andar, como bien titulamos por aquí, por tierras fronterizas de siglos pasados donde el recuerdo de aquellos tiempos del medievo, y aún mucho más remotos, quedan manifiestos en casi todos sus rincones, tanto en localidades como en recónditos parajes.















Nuestro destino más específico, dentro de esta comarca, fue el Parque Natural de Tejera Negra, pero si se viaja con un gps y se elige la opción de seguir el camino más corto, aparte de perderte por alguna pista no asfaltada, puedes descubrir rincones de singular belleza con los que no contabas en un principio. Ésa fue nuestra gran suerte. Hubo momentos en los que el camino nos absorbió de tal manera que, más bien, comprendimos que el destino comenzó a lograrse desde el momento en que el hormigón quedó atrás, aunque aún faltaran bastantes kilómetros para llegar a Tejera Negra. El camino de inicio era bien conocido, había que tomar la N-I y desviarse en Torrelaguna para pasar junto a Patones y desde ahí antes de llegar a El Atazar, internarse en la provincia de Guadalajara, precisamente una ruta ya descrita no hace mucho en nuestra visita a la cueva del Reguerillo. Pero justo fuera del área metropolitana madrileña, decidimos continuar por un camino alternativo, paralelo a la carretera nacional, que nos llevaría hasta las cercanías de Torrelaguna y disfrutar así de vistas distintas, donde, a pesar de numerosas urbanizaciones, de las que llaman residenciales, por la proximidad de la gran urbe, ya se veían las siluetas de las sierras y pequeños, aunque sugerentes, sotos a lo largo del valle del río Jarama, uno de los grandes protagonistas en nuestra escapada de aquel día.

Nada más poner pie -o rueda- en la provincia de Guadalajara, todo lo que fuimos contemplando, tanto campos como pueblos, eran nuevos para nosotros. Tras cruzar por Valdepeñas de la Sierra, tomamos una pista de tierra junto al campo santo de la localidad que cruzaba por el valle de un arroyo de bonitos paisajes y salimos a una carretera que nos llevó hasta el pueblo de Tortuero. Por todos estos campos te podías encontrar con muchos cazadores, la temporada, por lo visto, había comenzado y, en un bar del pueblo, ahí había un grupito congregado.














Tortuero

Es bien conocida por muchos la Reserva Nacional de Caza de Sonsaz, que abarca un territorio bastante extenso, dentro del cual se encuentra Tejera Negra. No simpatizo demasiado con esta afición, y aunque sé, que como especie, somos un animal cazador, no entiendo que tan cerca de los propios límites del Parque Natural también se cace, aunque sea en fechas concretas. La Reserva de Caza , como he dicho, es muy amplia, y Tejera Negra sólo ocupa una parte de la misma, pero pudimos ver cazadores muy cercanos al entorno protegido, lo cual no lo veo muy adecuado. También sé que, aunque con nuestra producción ganadera e industrial de animales se cubre toda la demanda de carne de consumo -pese a que, desgraciadamente, no todos los humanos tienen cubiertas esas necesidades básicas por abusos sufridos por otros "humanos"-, solemos ser bastante sibaritas y así tenemos a nuestra disposición incluso carnicerías especializadas en la carne de caza, pero aún y con todo ello, no gusto de la caza entendida como deporte y no como necesidad, aunque luego -faltaría más- las piezas sean totalmente aprovechadas para el consumo humano. Si es verdad, como parece, que nuestro propio instinto nos lleva a gustar de esa actividad, creo que se deberían emplear los mismos medios utilizados cuando el hombre era un cazador nato por necesidad y sustituir la pólvora y modernos rifles de matar por flechas y lanzas, como nuestros propios antepasados, sería mucho más honesto. Pero bueno, tampoco quiero provocar carcajadas con mis hipótesis, ni meterme en cuestiones seguramente polémicas, que no es mi intención en este espacio, sólo que con todo esto, siempre me acuerdo de una frase que oí o leí no sé donde, en la que una persona justificaba su amor al campo alegando que gustaba de salir a cazar, como si el amor al campo se redujera únicamente a dicha actividad, claro que, en este caso concreto que cuento.

Volviendo a nuestro paso por Tortuero, el gps nos indicaba un camino que atajaba por los campos en dirección a Valdesotos, pero éste resultaba imposible para el automóvil. Dimos marcha atrás y al pasar por el pueblo pedimos consejo a un abuelo que con su pequeño nieto paseaba por una callejuela. El hombre muy amablemente, nos indicó el camino más fácil y rápido para llegar en coche a Tejera Negra, aunque luego no le hiciéramos caso, pues seguimos tirando de gps por caminos y carreteras muy secundarias. Nos contó que había trabajado de cartero muchos años por aquellos pueblos y que incluso había sido, ya de más mayor, alcalde de Tortuero. También le dio tiempo a contarnos lo complicado que se ponía la zona con las grandes nevadas de antes para poder desempeñar su trabajo de cartero. La verdad que llama la atención la gente de pequeños pueblos y núcleos rurales como éstos, tienen un derroche de amabilidad y hospitalidad admirables, da gusto conversar con ellos. La gente urbana no llegamos, en la mayoría de los casos, a esas cotas de humanidad, y eso que siempre se ha dicho, no digo que sin razón en algún supuesto, que suelen pecar de desconfianza frente al foráneo, lo cual tiene su lógica ante actitudes mostradas por ciertos urbanitas.

Nos despedimos del señor y del sonriente nieto de apenas tres o cuatro años y desandamos parte de lo recorrido hasta que descubrimos una carreterilla que nos bajó ante nuestro conocido Jarama, con el que ya habíamos departido anteriormente, en una especie de puertecito con vistas de ensueño entre bosques, principalmente de pinos, con el Ocejón y todos los montes carpetovetónicos de fondo –siempre me encantó el nombre puesto a esta montaña con su recuerdo a dos importantes etnias prerromanas del centro peninsular.














Bajada por un puerto camino de Puebla de Valles, con el Ocejón al fondo


Antes del descenso, en lo alto del valle, hicimos parada para contemplar todo lo que nos rodeaba y nos llamaron sobremanera la atención los cerros que había al otro lado del cauce del río, eran tan arcillosos, que pareciera que la tierra estuviera sangrando. Son los cerros que tanto caracterizan a Puebla de Valles, pueblo que descubrimos tras los mismos, después de haber pasado por una pequeña llanura que sucedía a la otra orilla del Jarama.




Montes arcillosos cerca de Puebla de Valles Puebla de Valles


En Puebla de Valles paramos a retomar fuerzas para luego continuar camino de Tamajón, la que fuera villa medieval de la comarca. Aquí tenemos que lamentar un gran descuido, y no por desconocimiento, a través de un programa radiofónico, conocía de la existencia de las ruinas del Monasterio de Bonaval, el lugar, por lo oído y lo visto en fotografías, desprende romanticismo a raudales, un monasterio cisterciense ruinoso en mitad de un valle boscoso en medio de la nada y de todo, ya se sabe que los de la Orden del Císter, al igual que los del Temple, no elegían ningún sitio al azar, éstos respondían a muy especiales razones, según se dice, y sólo hay que comprobarlo in situ para darse cuenta. Camino de Tajamón, a la izquierda hay un desvío al pueblo de Retiendas y de ahí sale una pista que conduce a Valdesotos donde a, no más de dos kilómetros de Retiendas, se encuentra este retiro espiritual del medievo. Por supuesto, nos queda pendiente para una nueva visita a la zona. Ahí os ponemos unas palabras, pronunciadas en el programa Reserva Natural, de José María Pérez González, más conocido como Peridis –que por cierto tiene un instituto en Leganés, nuestro municipio, con su nombre-, uno de los mayores entendidos en todo lo relativo al románico medieval, -"cuando los europeos eramos indígenas" como bien dice-, con las que podrá entenderse mejor este monasterio y tantos otros diseminados por esos valles perdidos de la Península Ibérica:

"…el monasterio tiene una función fundamental en el medievo, es la punta de lanza de la repoblación. Los monjes, benedictinos primero, del císter y las órdenes colindantes después, eran repobladores que mandaban los reyes a ámbitos no cultivados. Los monjes buscaban algo que ellos configuran luego como el paisaje monástico. Tú llegas a un ámbito y dices: ‘aquí hay un monasterio’ y ¿por qué hay un monasterio?, porque suele ser un valle ameno, cerrado al norte y a los vientos dominantes, abierto al Este –o abierto al Levante- y con un riachuelo no muy abundoso en las proximidades, donde hay sotos."

Monasterio de Bonaval:







Cerca, en el embalse del Vado, donde el pueblo del que tomó nombre dicho pantano quedó sepultado bajo sus aguas, aún se pueden contemplar algunas ruinas donde destaca el templo románico que fue iglesia de la población y en la que tuvo altar una imagen muy venerada en la Edad Media por aquellos pagos, la de Santa María del Vado. El propio Arcipestre de Hita, como bien nos indica con sus versos, hizo parada para reverenciar a la propia divinidad.

Continuando con el recorrido, nos detuvimos en lo que fue, como se ha apuntado, una auténtica villa medieval a la que Alfonso X El Sabio concedió derecho a mercado todos los martes, incluso ejercían el derecho a cobrar portazgo. Este lugar es Tamajón. En este pueblo llama la atención sobre todo la portada de su iglesia construida en el siglo XVI sobre un templo románico. La iglesia, como si de una ermita se tratase, se halla fuera de su núcleo urbano, lo cual no deja de ser curioso cuando casi siempre se sitúan en su centro. Había tanta gente aquel día en su entrada que, por esto y por ignorancia, no hicimos ninguna foto de su bonita portada y sí de la parte trasera donde no se aprecia esa interesante fusión entre estilos artísticos de épocas bastantes distantes, así que os ponemos un par de ellas ajenas tomadas de la red.



Iglesia de Tamajón

Salimos de Tamajón camino de Majaelrayo para internarnos en el corazón de Tejera Negra, pero antes, nos perdimos por Almiruete, una de las pedanías de Tamajón, que por lo visto celebra unos curiosos carnavales. Tuvimos que retroceder para tomar correctamente rumbo a Majaelrayo y de repente, como con tantos otros lugares en el camino, descubrimos un paraje muy atrayente. Este sitio es conocido como la Ciudad Encantada de Tamajón, pues recuerda a la famosa, y declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, Ciudad Encantada de Cuenca. Ya os podéis imaginar, por tanto, para los que no conocéis el lugar, las singulares formaciones de roca caliza en un paraje natural de gran vistosidad que combina todos los elementos de culto pagano que puedan concurrir, como rocas de formaciones atrayentes, bosques, un arroyo y un promontorio cristianizado con la ermita de la Virgen de los Enebrales. No sabemos nada sobre su pasado, pero no me extrañaría nada que fuera uno más de esos lugares sagrados durante milenios, que tanto abundan por lo que fue la antigua Iberia. El lugar, siendo festivo, estaba bastante concurrido, pues existe un merendero allí.














Ciudad Encantada de Tamajón


Tras nuestro paso por la particular ciudad encantada de Tamajón, continuamos nuestro recorrido ya de lleno en lo que se conoce como la Ruta de la Arquitectura Negra –aunque se puede situar el inicio algo más al Sur, en Cogolludo-, un conjunto de pueblos que usan la pizarra como material principal de construcción –al igual, que el no tan lejano Patones, del que ya dimos cuenta por estos lares-, de este entorno serrano enmarcado entre los estrechos valles del Bornoba, del Sorbe y, por supuesto, del Jarama y que están propuestos ante la Unesco a la espera de que los declare o no patrimonio de la humanidad. La simbiosis entre los paisajes serranos y la arquitectura de pizarra negra de las aldeas y pueblos es perfecta. Antes de llegar a Majaelrayo, de donde surge una pista que recorre el Parque Natural durante bastantes kilómetros totalmente despoblados, y que lleva hasta Cantalojas, la otra entrada a Tejera Negra y en cuyo término municipal se encuentra la joya del mismo, El hayedo, pasamos por Campillejo, El Espinar y por Campillo de Ranas, municipio al que pertenece la pedanía de Matallana, poblamiento que quedó abandonado en la década de los setenta , pero que gracias a unas personas amantes, según cuentan, de la cultura hippy –aunque más bien diría, amantes de un modo de vida bastante más natural y distinto al habitual en los tiempos que corren- volvió a ser habitado en los ochenta. Estos nuevos matallanos –si es que éste es su gentilicio, que no lo sé, pero podría ser- salieron en la famosa y fabulosa serie de José Antonio Labordeta, Un país en la mochila, en cuyo episodio dedicado a la Sierra Norte madrileña allá por el 1993, se filmaron algunos pueblos cercanos de la provincia de Guadalajara, entre los que se encontraba Matallana. Labordeta habla ante la cámara con uno de ellos en una interesante conversación. En Campillo de Ranas, por lo visto, sus habitantes recelan algo de ellos, pero hay que decir que gracias a estos aventureros un pueblo abandonado, como era éste, ha vuelto a recobrar vida, lo cual es una gran noticia. Para terminar con Matallana, nosotros no llegamos a este lugar al que sólo se accede a través de una pista, aunque, en todo su entorno y sobre todo en dirección al poniente, donde se elevan las sierras que hacen frontera natural entre las provincias de Guadalajara y Madrid, hasta los 1865 metros de La Tornera y los 1809 de la Centenera, las rutas de senderismo son muy atractivas, por lo que quedan pendientes, con toda seguridad, para otra ocasión. Ahí os recomendamos la Ruta del Algibe, descrita en Garcaba:

Ruta del Algibe
















Tras esta mención a Matallana, tenemos que hablar de Majaelrayo, pueblo quizás más conocido dentro de la Arquitectura Negra por su mayor infraestructura turística y su proximidad a Tejera Negra. El lugar donde está ubicado, con el Ocejón poblado de piornos y sus 2049 metros de altitud dominando el panorama, es muy atrayente. Una extensa altiplanicie entre los montes carpetovetónicos con un horizonte impresionante mires hacía donde mires. Lo que es el pueblo en sí, como ya dijimos de Patones, ha debido perder bastante de su esencia con tanto negocio turístico que ha cambiado la fisonomía de la localidad, pues si bien se ha seguido utilizando la pizarra para reconstruir, la mayoría de estas casas han quedado bajo la típica apariencia de alojamiento rural, dentro de la propia particularidad de arquitectura de la zona. Ya se sabe que todo tiene su cara y su cruz, como se suele decir.
Pero no hay duda alguna en cuanto a su entorno, parece una auténtica planicie propia de los dioses, con bonitas sierras y extensos bosques bordeándola. Y hacía una de esas sierras nos encaminamos rumbo al norte en busca de Tejera Negra, donde nos pilló el crepúsculo y pese a que ése era nuestro objetivo, como bien dice la canción, "por el camino yo me entretengo", y fue tanto lo que nos entretuvimos, que no nos dio tiempo a aproximarnos al famoso hayedo de Tejera Negra, uno de los bosques de hayas más meridionales del continente. El otro, según dicen el más meridional, y muy próximo a éste, es el de Montejo de la Sierra, en la provincia de Madrid. Aún así, cruzamos el Parque Natural por la pista, de no muy complicado tránsito para el automóvil, que une Majaelrayo con Cantalojas en un recorrido de unos veinte kilómetros de naturaleza más o menos salvaje, con bastantes pinares de repoblación –ya se sabe que Icona hizo algún que otro estropicio, denunciado por lugareños y ecologistas, por estos entornos décadas atrás- y donde abundan también los rebollos, los tejos –que son los que dan nombre al Parque-, los abedules y donde ya hemos citado el fabuloso corazón del Parque, su hayedo.
















Este hayedo, y gran parte de zonas boscosas que lo rodean, se puede decir que se conservan prácticamente en el mismo estado que se encontrarían en la propia Edad Media. Una pena que no pudieramos adentrarnos en el mismo, aunque, al igual que en el de Montejo, hay que solicitar un permiso especial para visitarlo. Según dicen, el frondoso manto de hojas de la haya apenas deja el paso de la fuerte luz primaveral o veraniega, que debe producir una sensación fabulosa en esas calurosas estaciones. Además, también cuentan que el águila real posa inmensos nidos sobre las hayas y el azor realiza espectaculares planeos en primavera –durante el resto del año sólo vuela a base de constantes aleteos. Corzos, jabalíes y gatos monteses se ocultan en lo más profundo del bosque, aunque tampoco es difícil cruzarse con algún ciervo por las carreteras de la zona. Recuerdo una noche volviendo de Montejo, quisimos ir por carreteras comarcales como alternativa al camino más rápido de vuelta y nos perdimos apareciendo en un pueblo llamado Bocigano, ya de la provincia de Guadalajara y de esta misma comarca de la Sierra de Ayllón, donde camino del mismo nos topamos con algún ciervo en parajes que llaman igualmente, a pesar de la nocturnidad de aquel momento, la atención por su gran soledad. El pueblo parecía desierto, salvo una casa con luz junto al ayuntamiento, donde un señor extrañado ante la llegada de un coche a esas horas un domingo, –o no, pues igual ya estaría acostumbrado a algún que otro dominguero, como nosotros, que por allí perdido fuera a parar- salió para indicarnos amablemente que teníamos que volver carretera atrás por donde habíamos llegado al pueblo, pues éste no tenía otra salida. Ahí fue cuando descubrí, hace unos años ya, que había mucho que explorar por aquellos contornos, aparte de un documental que vi en una ocasión sobre Tejera Negra en Tve, no recuerdo en que programa fue emitido.
En nuestro recorrido desde Majaelrayo hasta Cantalojas atravesando el Parque, cruzamos los ríos Sonsaz, de donde toma el nombre la reserva nacional de caza, y Lillas, ya cercano a Cantalojas, donde había un merendero para visitantes. Ahí justo nos pilló el ocaso y llegamos ya de noche a Cantalojas donde los cazadores repartían sus piezas, entre ellas un jabalí de tamaño descomunal. La vuelta la emprendimos por la otra vertiente de la Sierra de Ayllón, la atlántica –la sierra de Ayllón separa la vertiente atlántica de la mediterránea-, pasando junto a Riaza, sin llegar a la que tuvo que ser importante villa medieval y de la que esta sierra toma nombre, para acceder después, al otro lado del puerto de Somosierra –visto por un madrileño- a la Nacional I y emprender así el camino de vuelta. Antes, pensando que el regreso lo haríamos dirección Sur desde Cantalojas, descubrimos una localidad con la silueta de un castillo, que pese a la oscuridad –o quizás por motivo de ella- nos atrajo considerablemente por ese toque bécqueriano tan acusado que, de tantos castillos y fortalezas que por la tierras de Castilla andan dispersos, se desprende. El castillo en cuestión era el de la no menos llamativa villa de Galve de Sorbe, una más de esas que, por la zona junto a Ayllón, Sepúlveda o Atienza, guardan aún su espíritu guerrero de hace siglos.














Castillo de Galve de Sorbe


Y hasta aquí, esta nuestra humilde aventura argantoniana, espero que disfrutéis de estos parajes tanto –o más, sobre todo en cuanto a tiempo- como nosotros lo hicimos. Nos vemos.
Ahí os ponemos un video para que, los que aún no nos hemos adentrado en el hayedo de Tejera Negra, nos podamos hacer una pequeña idea de la maravilla que debe ser aquello.





Galería:

miércoles, enero 23, 2008

Un paseo por la vieja Arse

Hoy nos toca pisar un sitio emblemático del mundo antiguo ibérico. Este lugar es Arse, la actual Sagunto. Junto con Numancia y su admirable resistencia, la tres veces milenaria Gádir fundada por los fenicios, de la que dicen es la ciudad más antigua que siga habitada, no sólo de la península sino de todo el occidente europeo, la Nueva Cartago, fundada por Asdrúbal el Bello, yerno de Amílcar Barca, y como no, la enigmática Tartessos , patria chica de los argantonios, si se me permite el chascarrillo, y de la que aún no se conoce su ubicación, si existió como tal una ciudad así llamada o si sólo fue el nombre que se dio a la más antigua civilización ibérica conocida, se puede decir que Arse, junto a todas ellas, constituye una de las ciudades prerromanas más nombradas y significativas de dicho periodo histórico. No hay que olvidar otras muchas, pero sobre todo las dos primeras son bien conocidas por sus epopeyas, Numancia soportando varios asedios durante años hasta que finalmente sucumbió a un cerco extremo y Sagunto aguantando varios meses las distintas acometidas de uno de los ejércitos más poderosos del momento, el cartaginés. La Enciclopedia "Pueblos de España", de Ediciones Rueda de 1995, describe la propia leyenda en la que se convirtió la resistencia de Arse de la siguiente manera:

La ciudad estuvo sitiada durante ocho meses y al filo de sus fuerzas, sus habitantes intentarán pactar con el enemigo. Pero las condiciones exigidas por el general cartaginés (Aníbal) serán tan duras que optaron por aguantar hasta el final. En este punto de la historia, la leyenda se apresura a contarnos que los saguntinos encendieron una inmensa pira en la que ardieron sus riquezas y aquellas personas no válidas para el combate, mientras que los restantes entregaron su vida en la última batalla.













En este último hecho, la historia oficial sitúa la causa del inicio de la Segunda Guerra Púnica entre Roma y Cartago, una "guerra mundial" del momento en el mundo conocido de estos pueblos u oikouméne, que dirían los antiguos griegos. Ambas civilizaciones buscaban hacerse con el poder de las tierras ibéricas, tan míticas en la antigüedad por sus riquezas.

Pues un día, no cualquiera (nunca puede serlo en lugares como éste) del año que terminó y más de dos mil doscientos años más tarde de que lo hiciera Aníbal, ahí llegaron, con fines más pacíficos, unos humildes argantonios ilusionados con el privilegio de conocer in situ esta antigua población. Arse fue la ciudad más importante del pueblo ibero de los edetanos, sin olvidarnos, por supuesto, de la otra población de igual importancia y de la que este antiguo pueblo toma su nombre, Edeta. Ya daremos también cuenta por aquí de ella. Pero Arse, aún siendo una población más de la zona en sus inicios, pasó a triunfar en el tráfico marítimo y a mantener una intensa relación comercial con los romanos. Sobre su origen circula una hipótesis que dice que quizás fuera una población fundada por colonos griegos procedentes de la isla jónica de Zakynthos, pero no deja de ser eso, una hipótesis. La postura, más extendida, es la que otorga origen ibero a esta población y una fundación sobre el Siglo V a. C.













Antes de nuestra llegada, visitamos una feria medieval en la plaza de toros de Valencia. El encuentro fue casual, pues la bonita Estación del Norte de Valencia, como sabréis los que conocéis esta importante capital levantina, se encuentra junto a la plaza de toros y así, tras perder un tren y hacer tiempo hasta el siguiente, decidimos dar un paseo por los alrededores, descubriendo dicha feria medieval donde puedes tomarte un montado de morcilla como lo harías en un bar normal, aunque no más barato, sólo que aquí a la mujer que te atiende la tienes vestida de antigua mesonera, lo cual no deja de estar gracioso. En la galería de fotos que os ponemos más abajo se encuentra alguna foto de esta feria. La verdad que Valencia estaba hasta arriba de gente y no es que se estuviera celebrando la llegada de la primavera con sus famosas fallas. Ese fin de semana, además de que fue el puente de la antigua y ancestral festividad de los difuntos, se celebró la última prueba del mundial de motociclismo en el circuito de Cheste. Valencia estaba repleta de moteros y gente visitante de fin de semana aprovechando dicho puente, cual fue nuestro caso.

Tras nuestro paso por el medievo, volvimos a la era industrial del ferrocarril y tomamos un cercanías dirección Castellón, aunque nuestro destino nos haría apearnos antes, en la antigua ciudad edetana. Según se va llegando, impresiona la aparición de la imponente fortaleza, que tanto costó tomar a los púnicos de Cartago, y que, a lo largo de un extenso promontorio, se extiende a nuestra izquierda, con los montes del Parque Natural de Sierra Calderona de decorado de fondo. Este parque natural, conjuntamente a la ciudad monumental, constituye una simbiosis perfecta más de las tantas que, afortunadamente, tenemos en la Península Ibérica entre ciudad histórica y entorno natural singulares. Así, a bote pronto, a cada uno de nosotros siempre nos aparecen unas cuantas en la cabeza, sobre todo las más cercanas a nuestro lugar de residencia y, por tanto, mejor conocidas. En mi caso, siempre acuden a mi recuerdo, las simbiosis Sepúlveda-Hoces del Duratón, Sigüenza-Barranco del río Dulce, Molina de Aragón-Alto Tajo,Tarazona-El Moncayo, Cuenca y su serranía, etc. Pues hete aquí, una más que no puede pasarse por alto, la simbiosis Sagunto-Sierra Calderona, a pesar de que ciertas urbanizaciones han ido arrancando parte a esos montes. Ya se sabe como está la cuestión del urbanismo desde hace años por el levante peninsular.













El tren llegó a la estación y nosotros, tras pasar por la parte nueva, comenzamos nuestra subida al casco histórico. La Plaza Mayor porticada de la localidad recuerda al estilo de plaza mayor castellana, más que al propio de la zona levantina. Junto a ella se encuentra la iglesia de Santa María, de estilo gótico, y adosado a ésta, los restos de lo que dicen fue un templo romano dedicado a la diosa Diana. Una vez más nos topamos con la sobreposición de lugares de culto, de los que tantos ejemplos tenemos. De ahí, tomamos la calle del Castillo, carrer del castell en valenciano, donde nos adentramos de lleno en el Sagunto medieval, aunque más bien habría que decir el Murviedro medieval, pues así pasó a llamarse, la que antes fue Arse y después Sagunto, en época musulmana, más bien, para ser más exactos, el propio nombre árabe fue Morbiter, lo que en valenciano pasó a ser Molvedre o Morvedre y en castellano Murviedro, nombre que tuvo hasta 1869 cuando pasó a llamarse, de nuevo, Sagunto. Así es conocida además la comarca, Camp de Morvedre, de la que Sagunto, como su nombre indica, es su capital.














En su caso histórico medieval, son muchas las casas vetustas, con sus escudos de armas, que te puedes encontrar y destaca sobre todo su judería, en muy buen estado y con varios arcos de entrada a la misma. Yo, desde que visité, hace unos años, la que dicen mejor conservada de la península, la judería de Hervás, en la provincia de Cáceres, me he convertido en un admirador de las mismas y me he aficionado a, otro más de los pueblos que forman parte de nosotros, los sefarditas. La de Sagunto supongo que no estará igual entre las más importantes, al menos no está institucionalizada como tal, entre las juderías que forman parte de la Red de Juderías de España, pero a mi personalmente me gustó mucho y quería compartir con vosotros esa sensación. Es pequeñita, pero mantiene la pura esencia de una auténtica judería. Recorriendo sus estrechas calles ya de noche, sentí lo que se siente siempre en lugares de este tipo con tanta historia, me empapé tanto del mismo, que me daba la sensación de que estaba en esta judería a la vez que en cualquier otra de las que ya he visitado en Toledo, Segovia, Hervás, Ávila o Sevilla y su emblemático barrio de Santa Cruz, tienen un punto en común muy claro. Tenía claramente ese toque en común con las demás que tanto me fascina cuando visito una de ellas, aunque esto es extensible, no sólo a juderías, sino a todos los barrios medievales, en general, que se conservan en muchas de nuestras poblaciones ibéricas. En ese sentido, habiendo visto poquísimo aún, por supuesto, en Granada he conocido lo que sería la puerta al mismísimo paraíso. Todo lo que se hable de esa maravilla es poco. Pero vamos, volviendo, a la más humilde, pero tampoco menos encantadora judería de Sagunto, en ella han abierto, una tienda-museo, llamada Casa Judía, que además organiza visitas guiadas en el antiguo Sagunto.














Justo aquí, nos encontramos en la parte más alta de la actual ciudad, junto al famoso Teatro Romano de Sagunto, primer edificio declarado monumento nacional en 1896, y a los pies del promontorio, que se extiende casi un kilómetro por lo alto, en una especie de meseta con bajadas y subidas, donde se encontraba el nucleo originario de Arse y donde se encuentra muy bien conservada, y usando el calificativo de la impresionante constucción china, la gran muralla que bordea el altozano saguntino. A la derecha del teatro, hay una senda que bordea el cerro, de éstas que llaman ecológicas y que son un plácer recorrerlas. Hay algún tramo, entre arboleda, donde puede parecer con las subidas, que se está haciendo auténtico senderismo de montaña, si se me permite la exageración. En esa ladera, poco más arriba de las casas de la judería y muy cerca del teatro, se ven bastantes restos de piedras trabajadas, que te hacen adivinar que ahí hubo algo en tiempos pretéritos. En mi ignorancia, por la proximidad del Teatro mandado construir en tiempos de Septimio Severo y Caracalla, pensé que podrían ser restos de lo que sería parte del foro romano de la ciudad, pero luego ya vimos que éste se encontraba arriba, dentro del recinto amurallado. En principio no sería descabellado que el foro romano se hubiera ido desplazando hacia la parte baja, pues una vez quedó "pacificada" la Península Ibérica, muchas poblaciones abandonaron las alturas para asentarse en la llanura. Un ejemplo, no muy lejano para el que estas líneas escribe, podría ser el de la antigua Ikesankom Konbouto de los carpetanos, nombre este último que, latinizado después, daría Complutum, la actual Alcalá de Henares. Pues bien, su poblamiento originario carpetano, donde se pueden contemplar parte de las cimentaciones de sus viviendas, se encontraba en el conocido como Cerro del Viso. Éste quedó deshabitado pasando la población, en época romana, a ocupar el casco antiguo de la actual ciudad. Mas sin entrar en más divagaciones, buscando información al respecto, encontré este artículo, que os enlazo a continuación, sobre las juderías de Valencia y Sagunto, donde se dice que aquello son los restos del antiguo cementerio judío y que alguna de sus lápidas se conserva en el Museo Arqueológico de la ciudad, museo que, desafortunadamente, no pudimos visitar por encontrarse cerrado a nuestra llegada, aunque a través de las cristaleras pudimos hacer alguna foto.














Artículo sobre las juderías de Valencia y Sagunto

Tras esta aproximación por el cementerio judío y la senda ecológica, hemos de volver al punto de encuentro de estos dos, el Teatro Romano. En cuanto a su reconstrucción, como es bien sabido entre los interesados por estas cuestiones y por las polémicas políticas suscitadas (aunque estas últimas, por supuesto, son las que menos tendrían que recavar la atención sobre estos asuntos), apenas dejó reconocible la autenticidad del teatro, por muy ruinoso que éste se encontrara. Aquí entra en juego el dilema entre ¿qué es más importante, si dejar el lugar en sí mismo con sus pertinentes conservaciones como yacimiento arqueológico o reconstruirlo para de nuevo poder volver a utilizarlo con el mismo fin con el que se construyó hace casi dos milenios?. En su momento, se optó por lo segundo, y ahora, tras varios años de pleitos judiciales, el Tribunal Supremo, como última instancia, ha entendido que dicha reconstrucción vulneró, la ya vigente por aquel entonces, Ley del Patrimonio Histórico, por lo que la Sala del Contencioso-Administrativo de este Supremo Tribunal, ha confirmado el plazo de dieciocho meses para revertir el Teatro a su anterior estado, lo cual se antoja bastante complicado. Es una pena que una reconstrucción, con tan poca fidelidad al objeto de su actuación, haya provocado todo esto. Un paseo entre sus vomitorios puede ser lo más parecido a contemplar en su estado original este teatro, con su natural deterioro acaecido por el transcurso de los siglos.














Por la parte trasera del teatro, sube una pista asfaltada que, tras un zigzag, te encamina a la entrada de la fortaleza de la antigua Arse, que tanta devoción nos produce. Dentro, lo ibero, romano, visigodo y musulmán se dan la mano, cada uno con su espacio emblemático, incluido su homenaje a la Independencia que este año celebra su segundo centenario, con la Plaza Dos de Mayo, y donde también tuvo Sagunto a su gran héroe local , José Romeu. Desde lo que se conoce como Plaza de la Almenara, lo que fuera una fortaleza de época musulmana, en la zona oriental del castillo, se ve la población de Sagunto a los pies del promontorio a una altura de vértigo y a lo lejos, junto al mar, el núcleo urbano de Puerto de Sagunto, donde se pueden apreciar las fábricas de su famosa industria siderúrgica y sus torres de apartamentos destinadas en gran parte al uso turístico veraniego, produciendo un gran contraste. Hacia el sur se contempla, muy al horizonte, la gran aglomeración de la ciudad de Valencia, ésa que quitó la hegemonia a Sagunto a partir de la llegada de los árabes, y hacia el noreste, se pueden adivinar como si fueran una sola, las poblaciones de Villarreal y Castellón. Continuando con el castillo, muy cerca de la Almenara está la Plaza de Armas, donde se encuentan los restos del foro romano y donde se puede contemplar la planta de lo que fuera un templo, así como varios fragmentos de columnas y una cisterna tallada en la roca. No busqueis en Sagunto un castillo al estilo convencional de los que aún se conservan, por mucho de que haya existido y así sea nombrado como tal, buscad más bien varios castillos en uno solo, o más bien buscad un gran recinto cercado por murallas muy bien conservadas, donde encontrareis en su interior las huellas de nuestra propia historia a lo largo de los siglos y, sobre todo, buscad los horizontes y los atardeceres que los propios saguntinos vienen contemplando desde hace dos milenios y mitad de otro.













P.D. Una cita obligada tiene que ser para los restos del Circo Romano de Sagunto, que por desconocimiento de su existencia, no contemplamos sobre el terreno. Según se cuenta, gran parte está enterrado bajo el nucleo urbano, pero junto al río Palancia, aún se puede ver parte de lo que fue. Otra cita para la Sierra Espadán, hermana gemela de la Sierra Calderona ya mencionada, y que viene a unirse casi con el mar de las olas vinosas, como solía describirlo el antiguo poeta griego, por lo visto gustaba de los vapores dionisíacos, y ¡bien que hacía!.












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